Los corporales |
Las murallas siguen poniendo cerco al casco urbano. Quedan los restos de ciento catorce torreones dando escolta a Daroca. Muchos de ellos conservan nombres evocadores: "Caballero del Águila Blanca", "Las tres guitarras", "La Espuela de Oro", "San Jorge", "San Cristóbal"... Cobra vida la leyenda de la Morica, y la ciudad revive su origen remoto.
Ya la citaban los griegos. Luego acogió a cónsules y pretores romanos. Los árabes dejaron profundas huellas de su paso, su civilización y cultura. Hasta que Alfonso I reconquistó Daroca, una vez ganada la capital. La nueva plaza fue convenientemente fortificada y convertida en baluarte de los territorios conquistados.
La historia es densa e importante en todas las épocas. Jaime I el Conquistador y Pedro IV celebraron cortes.
Los ciento catorce torreones fueron como centinelas permanentes, fieles guardadores del arte monumental y de la propia historia perpetuada en piedra.
Parte de las murallas y torreones han sido objeto de una acertada reconstrucción. Merece la pena insistir en la mejora.
Es a manera de enclave entre Aragón y Castilla. La Puerta Alta, en el acceso, semeja la entrada a un palacio-fortaleza. El casco urbano se extiende en la hondonada, en lo que fue barranco en busca del cauce del río Jiloca.
La Puerta Baja o Fondonera, rematada por el escudo de Carlos V, mira hacia Castilla. Es como un triángulo formado por tres provincias: Zaragoza, Teruel y Guadalajara.
Siguiendo por la carretera de Valencia, el casco urbano queda debajo, comprimido entre dos cerros donde verdean los pinos. Destacan los ábsides románicos de las iglesias y el imponente edificio de la Colegial de Santa María de los Sagrados Corporales, Templo Eucarístico Nacional; San Miguel y la torre románica-mudéjar de Santo Domingo. Todo confundido con la irregular geometría de los tejados de las casas. El viajero puede admirar una panorámica completa del casco urbano. Las murallas se elevan hasta lo alto de los cerros. El de San Cristóbal, más elevado, se pierde en el frondoso pinar convertido en lugar de recreo y expansión.
El Corpus Darocense cobró bien pronto fama en el mundo. El Misterio de los Sagrados Corporales es suficientemente conocido como para no volver a insistir sobre lo mismo. Las seis formas teñidas de sangre se conservan en una artística arqueta, la cual llegó a las puertas de la ciudad, según tradición, el 7 de marzo de 1239, a lomos de una mula blanca que se negó a seguir otro camino que el de Daroca, y así atravesó las provincias de Valencia, Castellón de la Plana y Teruel. El milagro se había operado en Luchente (Valencia), cuando mosén Mateo Martínez estaba celebrando el sagrado oficio. En el momento de la consagración, las huestes cristianas fueron atacadas por los moros. Mosén Mateo guardó las seis hostias, ya consagradas, en el corporal y las escondió debajo de unas piedras; finalizada la batalla, cuando fue a recuperarlas las halló teñidas de sangre y adheridas al corporal.
La plaza de la Colegial es amplia, llena de contrastes y tipismo. Frente a las viejas casas con soportales, a base de porches rudimentarios, el edificio nuevo de las escuelas. Frente a la Colegial de Santa María, el Ayuntamiento.
Frente a la Puerta Fondonera se levanta el monumento al Ruejo, único en España. Los darocenses han querido mostrar este público reconocimiento a la rueda de molino que les salvó la vida el día de San Buenaventura de 1575. Cuentan que llovió torrencialmente y las aguas bajaron en torrente por el barranco. La Puerta Baja quedó taponada y el peligro de inundaciones cernía sobre todos los habitantes. Había epidemia de peste, por lo cual los vecinos permanecían encerrados en sus casas. Cuando ya temían perecer ahogados, la rueda de molino -el Ruejo- bajó rodando por la calle, impulsada por las aguas, y destrozó con fuerza los obstáculos de la Puerta Baja. El Ruejo salvó a los vecinos de Daroca y éstos, en justa correspondencia le han erigido un monumento.
Alfonso Zapater.
Esta tierra nuestra I. (Adaptación)
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