2.1.1.- Descripción de personas. ESO

 

             Desde la retórica clásica se incluye el retrato como uno de los tipos de descripción que, como sabemos, consiste en hacer ver lo que no está presente mediante la palabra. Para que el retrato de un personaje sea completo Cicerón señalaba que debía incluir el nombre, sus cualidades y defectos, su forma de vivir, costumbres, gustos, acciones realizadas…; es decir, en el retrato se recogen tanto rasgos físicos como psicológicos.

           

            Se suelen distinguir, además del retrato, dos tipos de descripciones de personajes: la etopeya y la prosopografía. Si el retrato, como hemos dicho antes, consiste en una descripción que abarque tanto lo externo como lo interno, la etopeya se centra en los sentimientos y carácter del personaje mientras que la prosopografía recoge los aspectos puramente físicos. Es decir, el retrato sería la suma de etopeya y prosopografía. Veamos un ejemplo

 

  El tío Lucas era más feo que Picio. Lo había sido toda su vida, y ya tenía cerca de cuarenta años. Sin embargo, pocos hombres tan simpáticos y agradables habrá echado Dios al mundo. Prendado de su viveza, de su ingenio y de su gracia, el difunto Obispo se lo pidió a sus padres, que eran pastores, no de almas, sino de verdaderas ovejas. Muerto Su Ilustrísima, y dejado que hubo el mozo el seminario por el cuartel, distinguiólo entre todo su Ejército el general Caro, y lo hizo su ordenanza más íntimo, su verdadero criado de campaña. Cumplido, en fin, el empeño militar, fuele tan fácil al tío Lucas rendir el corazón de la señá Frasquita, como fácil le había sido captarse el aprecio del General y del Prelado. La navarra, que tenía a la sazón veinte abriles, y era el ojo derecho de todos lo mozos de Estella, algunos de ellos bastante ricos, no pudo resistir a los continuos donaires, a las chistosas ocurrencias, a los ojillos de enamorado mono y a la bufona y constante sonrisa, llena de malicia, pero también de dulzura, de aquel murciano tan atrevido, tan locuaz, tan avisado, tan dispuesto, tan valiente y tan gracioso, que acabó por trastornar el juicio, no sólo a la codiciada beldad, sino también a su padre y a su madre.

  Lucas era en aquel entonces, y seguía siendo en la fecha a que nos referimos, de pequeña estatura (a lo menos con relación a su mujer), un poco cargado de espaldas, muy moreno, barbilampiño, narigón, orejudo y picado de viruelas. En cambio, su boca era regular y su dentadura inmejorable. Dijérase que sólo la corteza de aquel hombre era tosca y fea; que tan pronto como empezaba a penetrarse dentro de él aparecían sus perfecciones, y que estas perfecciones principiaban en los dientes. Luego venía la voz, vibrante, elástica, atractiva; varonil y grave algunas veces, dulce y melosa cuando pedía algo, y siempre difícil de resistir. Llegaba después lo que aquella voz decía: todo oportuno, discreto, ingenioso, persuasivo… Y, por último, en el alma del tío Lucas había valor, lealtad, honradez, sentido común, deseo de saber y conocimientos instintivos o empíricos de muchas cosas, profundo desdén a los necios, cualquiera que fuese su categoría social, y cierto espíritu de ironía, de burla y de sarcasmo, que le hacían pasar, a los ojos del Académico, por un don Francisco de Quevedo en bruto.

  Tal era por dentro y por fuera el tío Lucas.

 

Pedro Antonio de Alarcón, El sombrero de tres picos

 

            Lee despacio este texto y encontrarás rasgos físicos –bajito, cheposo, narigón, orejudo…– y de carácter –oportuno, discreto, simpático, leal, honrado…–, que sumados nos dan el retrato del tío Lucas. Como dice el narrador, así es el tío Lucas “por dentro y por fuera”; es decir, estas son su etopeya y su prosopografía, en suma, su retrato.

 


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