Pues
sepa Vuestra Merced, ante todas cosas, que a mí llaman Lázaro de Tormes, hijo
de Tomé González y de Antonia Pérez, naturales de Tejares, aldea de Salamanca.
Mi nacimiento fue dentro del río Tormes, por las cual causa tomé el
sobrenombre; y fue desta manera: mi padre, que Dios perdone, tenía cargo de
proveer una molienda de una aceña que
está ribera de aquel río, en la cual fue molinero más de quince años; y estando
mi madre una noche en la aceña, preñada de mí, tomóle el parto y parióme allí.
De manera que con verdad me puedo decir nacido en el río.
Anónimo,
Lazarillo de Tormes
Levanto el
sitio y abandono el campo… La cita es para hoy en la noche. Ven lavada y
perfumada. Unge tus cabellos, ciñe tus más preciosas vestiduras, derrama en tu
cuerpo la mirra y el incienso. Planté mi tienda de campaña en las afueras de
Betulia. Allí te espero guarnecido de púrpura y de vino, con la mesa de
manjares dispuesta, el lecho abierto y la cabeza prematuramente cortada.
Juan José Arreola, Bíblica
-Usted no
me conoce más que de mentas, pero usted me es conocido, señor. Soy Rosendo
Juárez. El finado Paredes le habrá hablado de mí. El viejo tenía sus cosas; le
gustaba mentir, no para engañar, sino para divertir a la gente. Ahora que no
tenemos nada que hacer, le voy a contar lo que de veras ocurrió aquella noche.
La noche en que lo mataron al Corralero. Usted, señor, ha puesto el sucedido en
una novela, que yo no estoy capacitado para apreciar, pero quiero que sepa la
verdad sobre esos infundios.
Jorge Luis Borges, “Historia de Rosendo Juárez”, en El informe de Brodie.
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–Digo, pues
–prosiguió Sancho–, que en un lugar de Extremadura había un pastor cabrerizo,
quiero decir que guardaba cabras; el cual pastor o cabrerizo, como digo, de mi
cuento, se llamaba Lope Ruiz; y este Lope Ruiz andaba enamorado de una pastora
que se llamaba Torralba; la cual pastora llamada Torralba era hija de un
ganadero rico, y este ganadero rico […]
–Así que, señor mío de mi ánima
–prosiguió Sancho–, que, como ya tengo dicho, este pastor andaba enamorado de
Torralba, la pastora, que era una moza rolliza, zahareña y tiraba algo a
hombruna, porque tenía unos pocos de bigotes, que parece que ahora la veo. […]
Así
que, yendo días y viniendo días, el diablo que no duerme y que todo lo añasca,
hizo de manera que el amor que el pastor tenía a la pastora se volviese en
omecillo y mala voluntad; y la causa fue, según las malas lenguas, una cierta
cantidad de celillos que ella le dio, tales, que pasaban de la raya y llegaban
a lo vedado; y fue tanto lo que el pastor la aborreció de allí adelante, que,
por no verla, se quiso ausentar de aquella tierra e irse donde sus ojos no la
viesen jamás. La Torralba, que se vio desdeñada del Lope, luego le quiso bien,
mas que nunca le había querido. […]
–“Sucedió –dijo Sancho– que el
pastor puso por obra su determinación, y, antecogiendo sus cabras, se encaminó
por los campos de Extremadura, para pasarse a los reinos de Portugal. La
Torralba, que lo supo, se fue tras él, y seguíale a pie y descalza desde lejos,
con un bordón en la mano y con unas alforjas al cuello, donde llevaba, según es
fama, un pedazo de espejo y otro de un peine, y no sé qué botecillo de mudas para la cara; mas, llevase
lo que llevase, que yo no me quiero meter ahora en averiguallo, sólo diré que
dicen que el pastor llegó con su ganado
a pasar el río Guadiana, y en aquella sazón iba crecido y casi fuera de madre,
y por la parte que llegó no había barca ni barco, ni quien le pasase a él ni a
su ganado de la otra parte, de lo que se congojó mucho, porque veía que la
Torralba venía muy cerca, y le había de dar mucha pesadumbre con sus ruegos y
lágrimas; mas, tanto anduvo mirando, que vio un pescador, que tenía junto a sí
un barco, tan pequeño, que solamente podían caber en él una persona y una
cabra; y, con todo esto le habló, y concertó con él que le pasase a él y a
trescientas cabras que llevaba. Entró el pescador en el barco, y pasó una
cabra; volvió, y pasó otra; tornó a volver, y tornó a pasar otra. Tenga
vuestra merced cuenta en las cabras que el pescador va pasando, porque si se
pierde una de la memoria, se acabará el cuento, y no será posible contar más
palabra dél. Sigo, pues, y digo que el desembarcadero de la otra parte estaba
lleno de cieno y resbaloso, y tardaba el pescador mucho tiempo en ir y volver.
Con todo esto, volvió por otra cabra, y otra, y otra…
–Haz cuenta que las pasó todas –dijo
don Quijote–; no andes yendo y viniendo desa manera, que no acabarás de
pasarlas en un año.
–¿Cuántas han pasado hasta agora?
–dijo Sancho.
–Yo ¿qué diablos sé? –respondió don
Quijote.
–He
ahí lo que yo dije: que tuviese buena cuenta. Pues por Dios que se ha acabado
el cuento, que no hay pasar adelante.
Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha
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Alguna
vez me has preguntado si había algún secreto
en mi vida, algo que no te haya contado. Sé
que piensas en otros hombres, en otros
amores. La verdad es que te he hablado de
todos ellos, excepto de uno, del hombre a quien me entregué por primera vez.
Aunque
era una niña ya me había enamorado antes. Incluso le había dicho a Luis que mi
amor sería eterno, pero, cuando sus padres lo enviaron al internado de San Sebastián,
descubrí que lo que más me gustaba de él era su forma de decir zabez, Zolita, tú erez mi gran amor. Por
carta no ceceaba y cuando volvió en las vacaciones de verano pensé que en
realidad era sólo un gafitas simpático con los dientes de delante demasiado
separados.
Marina
Mayoral, Adiós, Antinea
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