5.- ARGUMENTACIÓN. ESO

 

            Un texto argumentativo es aquel que busca persuadir al interlocutor, convencerlo mediante razones para que piense de una determinada manera. Suele emplearse en temas que suscitan opiniones encontradas y, en ellos, el autor defenderá un punto de vista e intentará que el receptor lo acabe compartiendo. De entre todos los tipos de texto, los argumentativos son los que están más influidos por el receptor del mensaje, pues el emisor tendrá que construir sus argumentos adaptándose a las personas a quienes vaya dirigido.

 

            Los textos argumentativos pueden ser tanto orales como escritos; orales en mítines, debates, intervenciones en juicios... y escritos en ensayos o artículos periodísticos, por ejemplo. También, como veíamos en los textos expositivos, las argumentaciones presentan distinto nivel de complejidad, desde las más sencillas –divulgativas– hasta las que exigen conocimientos específicos de la materia tratada –especializadas–. Al fin y al cabo en toda argumentación hay englobada una exposición.

 

 

5.1.- ELEMENTOS DE LA ARGUMENTACIÓN. ESO

 

            Las partes que constituyen un texto argumentativo son la tesis, el desarrollo o cuerpo argumentativo y la conclusión.

 

            a) La tesis es la idea que se quiere demostrar, el tema sobre el que se reflexiona. Dependiendo de la estructura que el autor elija, la tesis pues aparecer al principio, para luego desarrollar los argumentos o dejarla para el final, una vez ha quedado demostrada, en este segundo caso la tesis se confunde con la conclusión.

 

            b) La argumentación propiamente dicha consiste en el razonamiento que permite demostrar lo acertado de la tesis defendida. Para ello se suman argumentos que le sirven de apoyo, al tiempo que se refutan –se contradicen– los que se puedan oponer a ella. Aquí es donde encontramos los distintos tipos de argumentos, las citas, los ejemplos...

 

            c) Por último, la conclusión, en la que se vuelve a exponer la tesis, esta vez enriquecida con las razones a su favor que se han ido desarrollando a lo largo del apartado anterior.

 

            Para empezar leeremos un texto en el que Fernando Savater expone la importancia fundamental que tiene para cualquiera saber distinguir entre lo bueno y lo malo.

 

 

  Hay ciencias que se estudian por simple interés de saber cosas nuevas; otras, para aprender una destreza que permita hacer y utilizar algo; la mayoría, para obtener un puesto de trabajo y ganarse con él la vida. Si no sentimos curiosidad ni necesidad de realizar tales estudios, podemos prescindir tranquilamente de ellos. Abundan los conocimientos muy interesantes pero sin los cuales uno se arregla bastante bien para vivir: yo, por ejemplo, lamento no tener ni idea de astrofísica ni de ebanistería, que a otros les darán tantas satisfacciones, aunque tal ignorancia no me ha impedido ir tirando hasta la fecha. Y tú, si no me equivoco, conoces las reglas del fútbol pero estás bastante pez en béisbol. No tiene mayor importancia, disfrutas con los mundiales, pasas olímpicamente de la liga americana y todos tan contentos.

  Lo que quiero decir es que ciertas cosas uno puede aprenderlas o no, a voluntad. Como nadie es capaz de saberlo todo, no hay más remedio que elegir y aceptar con humildad lo mucho que ignoramos. Se puede vivir sin saber astrofísica, ni ebanistería, ni fútbol, incluso sin saber leer ni escribir: se vive peor, si quieres, pero se vive. Ahora bien, otras cosas hay que saberlas porque en ello, como suele decirse, nos va la vida. Es preciso estar enterado, por ejemplo, de que saltar desde el balcón de un sexto piso no es cosa buena para la salud; o de que una dieta de clavos (¡con perdón de los faquires!) y ácido prúsico no permite llegar a viejo. Tampoco es aconsejable ignorar que si uno cada vez que se cruza con el vecino le atiza un mamporro las consecuencias serán antes o después muy desagradables. Pequeñeces así son importantes. Se puede vivir de muchos modos pero hay modos que no dejan vivir.

  En una palabra, entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que  ciertas cosas nos convienen y otras no. No nos convienen ciertos alimentos ni nos convienen ciertos comportamientos ni ciertas actitudes. Me refiero, claro está, a que no nos convienen si queremos seguir viviendo. Si lo que uno quiere es reventar cuanto antes, beber lejía puede ser muy adecuado o también procurar rodearse del mayor número de enemigos posibles. Pero de momento vamos a suponer que lo que preferimos es vivir: los respetables gustos del suicida los dejaremos por ahora de lado. De modo que ciertas cosas nos convienen y a lo que nos conviene solemos llamarlo “bueno” porque nos sienta bien; otras, en cambio, nos sientan pero que muy mal y a todo eso lo llamamos “malo”. Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir  -todos sin excepción- por la cuenta que nos trae.

 

Fernando Savater, Ética para Amador

 

            Tras leerlo detenidamente habrás podido comprobar que la tesis que defiende el autor se encuentra al final del texto, en el último párrafo, con lo que se confunde con la conclusión: “Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir  -todos sin excepción- por la cuenta que nos trae.” En los párrafos que preceden a la tesis-conclusión se han ido desarrollando el argumento que la apoya: que hay conocimientos de los que se puede prescindir –primer párrafo-; pero otros –segundo párrafo– son fundamentales, no se pueden ignorar “porque en ello, como suele decirse, nos va  la vida”.

 

 

5.2.- TIPOS DE ARGUMENTOS. ESO

 

            Para apoyar su tesis el autor puede emplear argumentos de distintas clases. Estos son los más frecuentes:

 

            * Argumento de autoridad: La idea que se defiende se apoya en autores de reconocido prestigio: “Como dijo Aristóteles...” Podemos recoger las palabras de la autoridad en la que nos apoyemos de un modo resumido o mediante una cita literal, exacta,

           

            * Refranes y proverbios. Está relacionado con lo anterior ya que se los considera la expresión de la sabiduría popular. “Tienes que estudiar a diario y no descuidarte porque ya sabes que camarón que se duerme, se lo lleva la corriente”.

 

            * Los ejemplos y comparaciones son también recursos utilizados como apoyo en una argumentación. La literatura didáctica se basa en gran medida en este mecanismo: argumentar qué es bueno y qué malo con la ayuda de ejemplos. Podemos ver en el prólogo del Conde Lucanor cómo don Juan Manuel, para justificar el método elegido, unir la enseñanza con el entretenimiento, recurre a la siguiente comparación:

 

  Por eso yo, don Juan, hijo del infante don Manuel y Adelantado Mayor de la frontera del Reino de Murcia, escribí este libro con las palabras más hermosas que pude para poder dar ciertas enseñanzas muy provechosas a los que las oyeren. Esto hice siguiendo el ejemplo de los médicos, que cuando quieren hacer una medicina que aproveche al hígado, como al hígado agrada lo dulce, le ponen azúcar, miel o cualquier otra cosa dulce, y, por la inclinación del hígado a lo dulce lo atrae a sí, arrastrando con ello la medicina que le beneficia. Lo mismo hacen con cualquier órgano que necesite alguna medicina, que siempre la mezclan con aquello a que el órgano naturalmente se halla inclinado. De esta manera, con ayuda de Dios, escribiré este libro, que a los que lo lean, si se deleitan con sus enseñanzas, será de provecho, y a los que, por el contrario, no las comprendan, al leerlo, atraídos por la dulzura de su estilo, no pudiendo tampoco dejar de leer lo provechoso que con ella se mezcla, aunque no quieran, aprenderán, como el hígado y los demás órganos se benefician con las medicinas que están mezcladas a las cosas que ellos prefieran.

 

            * El recurso a la lógica y al sentir general. La apelación a las creencias más comunes en una época o un lugar se relaciona con los anteriores –refranes, argumento de autoridad– y es un argumento de mucha fuerza. En el siguiente ejemplo podemos ver cómo Don Quijote da un valor absoluto a lo que denomina “el uso de los tiempos”:

 

-Verdad dices, Sancho –respondió don Quijote-; pero ya te he dicho que hay muchas maneras de encantamentos, y podría ser que con el tiempo se hubiesen mudado de unos en otros, y que agora se use que los encantados hagan todo lo que yo hago, aunque antes no lo hacían. De manera, que contra el uso de los tiempos no hay que argüir ni de qué hacer consecuencias.

 

 

 

 


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