El
príncipe rana
Hace muchos, muchos años vivía una princesa a quien le
encantaban los objetos de oro. Su juguete preferido era una bolita de
oro macizo. En los días calurosos, le gustaba sentarse junto a un
viejo pozo para jugar con la bolita de oro. Cierto día, la bolita se
le cayó en el pozo. Tan profundo era éste que la princesa no
alcanzaba a ver el fondo. -¡Ay, qué tristeza! La he perdido
-se lamentó la princesa, y comenzó a llorar.
De repente, la
princesa escuchó una voz.
-¿Qué te pasa, hermosa princesa?
¿Por qué lloras?
La princesa miró por todas partes, pero no
vio a nadie. -Aquí abajo -dijo la voz.
La princesa miró hacia abajo y
vio una rana que salía del agua.
-Ah, ranita -dijo la
princesa-. Si te interesa saberlo, estoy triste porque mi bolita de
oro cayó en el pozo.
-Yo la podría sacar -dijo la rana-.
Pero tendrías que darme algo a cambio. La princesa sugirió lo siguiente:
-¿Qué te
parecen mis perlas y mis joyas? O quizás mi corona de oro.
-¿Y
qué puedo hacer yo con una corona? -dijo la rana-. Pero te ayudaré
a encontrar la bolita si me prometes ser mi mejor amiga. -Iría
a cenar a tu castillo, y me quedaría a pasar la noche de vez en
cuando -propuso la rana.
Aunque la princesa pensaba que
aquello eran tonterías de la rana, accedió a ser su mejor amiga. Enseguida, la rana se metió en el pozo y al poco
tiempo salió con la bolita de oro en la boca.
La rana dejó
la bolita de oro a los pies de la princesa. Ella la recogió
rápidamente y, sin siquiera darle las gracias, se fue corriendo al
castillo.
-¡Espera! -le dijo la rana-. ¡No puedo correr tan
rápido!
Pero la princesa no le prestó atención.
La
princesa se olvidó por completo de la rana. Al día siguiente,
cuando estaba cenando con la familia real, escuchó un sonido
bastante extraño en las escaleras de mármol del palacio.
Luego, escuchó una voz que dijo:
-Princesa,
abre la puerta. Llena de curiosidad, la princesa se levantó a abrir.
Sin embargo, al ver a la rana toda mojada, le cerró la puerta en las
narices. El rey comprendió que algo extraño estaba ocurriendo y
preguntó:
-¿Algún gigante vino a buscarte? -Es sólo una rana -contestó ella.
-¿Y qué
quiere esa rana? -preguntó el rey.
Mientras la princesa le
explicaba todo a su padre, la rana seguía golpeando la puerta. -Déjame entrar, princesa -suplicó la rana-. ¿Ya no
recuerdas lo que me prometiste en el pozo? Entonces le dijo el rey:
-Hija, si hiciste una
promesa, debes cumplirla. Déjala entrar.
A regañadientes, la
princesa abrió la puerta. La rana la siguió hasta la mesa y
pidió:
-Súbeme a la silla, junto a ti.
-Pero, ¿qué
te has creído?
En ese momento, el rey miró con severidad a su hija y
ella tuvo que acceder. Como la silla no era lo suficientemente alta,
la rana le pidió a la princesa que la subiera a la mesa. Una vez
allí, la rana dijo:
-Acércame tu plato, para comer
contigo.
La princesa le acercó el plato a la rana, pero a
ella se le quitó por completo el apetito. Una vez que la rana se
sintió satisfecha dijo:
-Estoy cansada. Llévame a dormir a
tu habitación. La idea de compartir su habitación con aquella rana le
resultaba tan desagradable a la princesa que se echó a llorar.
Entonces, el rey le dijo:
-Llévala a tu habitación. No está
bien darle la espalda a alguien que te prestó su ayuda en un momento
de necesidad.
Sin otra alternativa, la princesa procedió a
recoger la rana lentamente, sólo con dos dedos. Cuando llegó a su
habitación, la puso en un rincón. Al poco tiempo, la rana saltó
hasta el lado de la cama. Yo también estoy cansada -dijo la rana-. Súbeme a la
cama o se lo diré a tu padre.
La princesa no tuvo más
remedio que subir a la rana a la cama y acomodarla en las mullidas
almohadas.
Cuando la princesa se metió en la cama, comprobó
sorprendida que la rana sollozaba en silencio. -¿Qué te pasa ahora? -preguntó.
-Yo
simplemente deseaba que fueras mi amiga -contestó la rana-. Pero es
obvio que tú nada quieres saber de mí. Creo que lo mejor será que
regrese al pozo. |