MI VOZ ES LA TUYA
Cuando la madre de Calabaza vió el jarrón hecho añicos y el gato bufando subido a lo alto de la lámpara, agarró al hijo por la oreja, lo sentó en su cuarto y le dijo:
- ¡Ahí, a estudiar!
Cuando obligaban a Calabaza a quedarse en su cuarto estudiando, lo pasaba muy mal. Tan mal, que incluso tenía la sensación de que la habitación se oscurecía, las paredes se volvían de piedra y la ventana se hacía más pequeña y aparecían en ella gruesos barrotes de hierro.
Se sentía encarcelado, y en ese momento, más que nunca, experimentaba unas terribles ansias de libertad. Recordaba el huerto, la plaza, el camino que llevaba a la presa y la peña donde ciertas tardes se sentaba para ver pasar los coches por la autopista. Pensando, pensando y mirando las musarañas, se le iba el tiempo del estudio.
"¡Vaya rollo! Debería haber hacido genio. Al menos no tendría que estudiar; lo sabría todo. Inventaría cosas importantes, como ese señor que, según explicó don Serafín en clase, descubrió la electricidad y se hizo rico y famoso. O como don Felipe, el ingeniero, que ha llegado nada más y nada menos que a ser el jefe de mi padre".
Esto pensaba Calabaza cuando le vino a la cabeza el experimento que el maestro había sugerido como tarea esa mañana en clase.
Partió una hoja del cuaderno en pequeños trocitos, tomó el bolígrafo, lo frotó en la manga del jersey e hizo la prueba.
El bolígrafo atraía los trocitos de papel que estaban sobre la mesa, como si se tratara de un auténtico imán.
-¡Qué divertido! Parece arte de magia - dijo Calabaza, y siguió ensayando-: Si froto con más fuerza y durante mucho tiempo, podré atraer cosas mayores.
Primero frotó durante un par de minutos, para probar, y le pareció que el bolígrafo atraía una hoja entera del cuaderno. Luego frotó por espacio de 10 minutos y creyó notar que el libro se elevaba impulsado por una fuerza especial. Entonces, entusiasmado con la idea, fue frotando cada vez más tiempo hasta pretender levantar la silla, la cama, el armario ...
-Pero, para eso, será necesario frotar mucho... -se dijo, y se lo tomó con paciencia.
A medida que frotaba el bolígrafo, la habitación iba tomando otro aspecto; ya no le parecía que las paredes fueran de piedra, ni que la ventana tuviera rejas. Hasta que..., ¡plaf!, del bolígrafo salió una pequeña nube de humo verde que le hizo toser varias veces.
Se abanicó con el cuaderno y, cuando la nube se desvaneció, se llevó una gran sorpresa: en la manga de su jersey había una quemadura, y en el centro de la quemadura, un pequeño y extraño ser casi del tamaño de un dedo gordo. Por el gesto de su cara, daba la impresión de no estar muy contento de haber hecho acto de presencia.
Era de color verde claro y su cuerpo terminaba en una cola parecida a la de las estrellas fugaces. Sobre su cabeza lucía un turbante rojo con un brillante broche que sujetaba una plumita amarilla, y en el brazo derecho llevaba un brazalete que hacía juego con el pendiente de la oreja. Cruzado de brazos y con cara de mal genio, observaba al causante de su aparición.
-¡Oh! ¡Ah! -Calabaza se quedó con la boca abierta. Nunca había visto cosa semejante.
Se levantó con mucho cuidado, cerró la puerta de la habitación ym, sin apartar la vista del ser, volvió a sentarse. Luego lo miró y, con voz temblorosa, le preguntó:
-¿Eres una lagartija?
-¡Nooo! -chilló el pequeño ser con voz fuerte y desafinada. No soy una lagartija.
-"¡Atiza!, qué voz más desagradable", pensó Calabaza y volvió a interrogarle:
-¿Eres una musaraña?
-No seas tonto -volvió a chillar el ser-. ¿Tengo acaso algún parecido con las musarañas?
-Perdona, hombre; creí que eras una de esas musarañas que mi madre dice que me pongo a mirar en vez de estudiar.
-Pues te equivocas, ¡bobo! Soy un genio.
-¿Un genio? -Calabaza casi se cayó al suelo del susto que le entró al escuchar esto, y siguió preguntando-: Entonces, ¿tú eres un genio?
-Sí, soy un genio. ¿Qué pasa?
-Pues que yo creía que los genios eran otra cosa.
-¿Ah, sí?
-Sí, he oído que son altos, fuertes, guapos y elegantes. Y tú...
-Yo, ¿qué? -protestó el ser.
-Tú eres pequeño, feo, enclenque... y tienes una voz desagradable. Además, hueles mal.
Al oír las palabras de Calabaza, el genio se disgustó tanto que cogió el bolígrafo nuevo del niño y lo tiró por la ventana.
-No vuelvas a hacer eso -dijo Calabaza, muy serio.
El genio agachó la cabeza y dijo:
-Tus deseos son órdenes para mí.
Acto seguido, saludó al estilo oriental, es decir: primero se dio una palmadita en el pecho, luego en la boca, después otra en la frente y, por último, aleó la mano al aire, hizo una reverencia y se quedó cruzado de brazos frente a Calabaza. Éste, poco convencido, quiso poner a prueba al genio:
-Conque mis deseos son órdenes... ¡Pues hazme los deberes!
Calabaza no había terminado de expresar su deseo, cuando el genio tomó un rotulador rojo y, en un instante, llenó todas las hojas del cuaderno con garabatos y rayajos.
Del Libro "Carlos Baza, "Calabaza"
Autor: Emilio Sanjuán