El monstruo del
lago
(Anónimo africano)
Érase una vez la hija de un poderoso rey.
Se llamaba Untombina y era muy valiente.
En el país en que ella habitaba existía un
lago encantado al que ningún ser humano se acercaba. En el lago
vivía un Monstruo que, sin compasión ni piedad, se llevaba al fondo
a cuantos se extraviaban por aquella región y a los que
equivocadamente intentaban bañarse en las claras aguas del lago.
Untombina había oído hablar con frecuencia
del Monstruo y también sabía dónde estaba el lago que aquél
habitaba.
Cayeron lluvias torrenciales y muy
continuas en todo el país, y las tierras quedaron inundadas;
entonces Untombina dijo a sus padres:
-Yo quiero ir a ver al Monstruo del lago
para preguntarle si podría hacer cesar esta lluvia pertinaz.
Pero su padre, el Rey, se lo prohibió, y su
madre derramó abundantes lágrimas a la sola idea de lo que pudiese
suceder, ya que era terca Untombina, y lo más fácil de suponer era
que el Monstruo la devorase.
En consecuencia, la muchacha permaneció en
casa, más que por la prohibición paterna y los llantos de la madre,
porque, estando el país inundado, se hacían los caminos
intransitables.
Pero, al año siguiente, empezó a llover de
nuevo y las aguas llegaron hasta lo más alto de los más altos muros
que rodeaban el poblado, y Untombina no pudo contenerse por más
tiempo. Quiso ir a toda costa al lago encantado y fue imposible
disuadirla; ya ni escuchó la voz autorizada del padre, ni las
lágrimas de desconsuelo de la madre la cambiaron de propósito.
Convocó a todas las muchachas del pueblo y
eligió, de entre todas, a doscientas para que la acompañasen en el
viaje. Se vistió como una novia. Siguiendo su ejemplo, las muchachas
se ataviaron con sus mejores galas y sus más preciadas joyas.
Salieron juntas por las puertas del
poblado. Untombina en medio y cien muchachas a cada lado del camino,
formando como una Corte de honor. Riendo y cantando caminaban las
jóvenes, como si llevaran a la novia al novio, y cuando encontraban
por el camino a los mercaderes que, en grandes carretas tiradas por
bueyes, recorrían el país, llamábanlos con voces joviales y gozosas
y les preguntaban cuál, de entre todas, era la más bella.
Los hombres se acercaban y contestaban que
ellos encontraban a todas muy lindas, pero ninguna comparable con
Untombina.
-Pues -decían los mercaderes- la hija del
rey de ustedes es esbelta como el árbol de la altura y tan lozana
coma la fresca hierba que brota después de las lluvias fecundas.
Cuando las otras jóvenes oían estas
palabras se enfadaban tanto que maltrataban a los mercaderes y los
llenaban de improperios. Luego proseguían su camino. Era un alegre
espectáculo ver a aquellas encantadoras jóvenes caminando
jovialmente, ataviadas con primor y luciendo sus mejores joyas,
refulgentes al sol, y sus collares y brazaletes de ricas perlas.
Declinaba el día cuando las bellas
muchachas llegaron al encantado lago. Y, al llegar, se despojaron de
todas sus galas y saltaron al agua fresca y cristalina para bañarse
a los últimos rayos del sol.
¡Qué alegres estaban las lindas negritas!
Chapoteaban, se tiraban unas a otras agua del lago, brincaban,
saltaban y nadaban alborozadas.
Desapareció el sol y tuvieron que buscar un
sitio donde pudieran dormir. Realmente ya era hora de abandonar el
placer del lago. Así lo hicieron, pero podrán imaginarse su espanto
cuando advirtieron la falta de sus lindas sayas y vestidos, de los
aros de los tobillos, collares y brazaletes.
-¡Oh, oh, oh! -gritaron a una. ¡Mira,
Untombina, el Monstruo del lago nos ha robado todas nuestras prendas
y joyas! ¿Qué hacemos ahora?... Oh, Untombina, ¿qué hacemos ahora?
Gritaban tan fuerte como podían; tan sólo
Untombina permanecía indiferente y altiva, contemplando a las
muchachas asustadas.
Al fin la más atrevida de todas dijo
gritando:
-¡La culpa es tuya, Untombina; sólo tú nos
has traído esta desgracia!
Otra, muy piadosa por cierto, propuso que
todas se arrodillaran y suplicaran al Monstruo que les devolviera lo
que les había robado.
Pero Untombina rehusó, altiva, la
proposición.
-Yo soy la hija del rey -dijo- y no pienso
humillarme ante el Monstruo.
Y diciendo esto se apartó de las otras
muchachas que, entre lágrimas y sollozos, suplicaban al Monstruo les
devolviese sus tesoros.
-¡Oh, señor de este lago -clamaron-
devuélvenos nuestras preciosas joyas y ricos vestidos! No quisimos
hacerte ofensa ni daño. Fue Untombina, la hija de nuestro rey, la
que aquí nos trajo. Solamente ella tiene toda la culpa.
Y entonces, de repente, vestido tras
vestido, aro tras aro, collar tras collar, brazalete tras brazalete,
empezaron a caer como llovidos del cielo sobre la orilla del lago.
Y, al cabo de un corto espacio de tiempo,
las doscientas muchachas que habían acompañado a Untombina estaban
vestidas y dispuestas a regresar al poblado.
Tan sólo Untombina no se había vestido.
Altiva, permanecía erguida con los brazos cruzados sobre su pecho y,
cuando las muchachas le rogaban que pidiera al Monstruo que le
devolviese sus vestidos y sus joyas, ninguna palabra salió de sus
labios.
-Oh, Untombina, hazlo, por favor.
Pídeselos, Untombina -le suplicaban las muchachas.
Pero Untombina se irguió más altiva y más
orgullosa aún, tanto que a los ojos de sus compañeras no parecía tan
linda, y contestó:
- Jamás. Yo soy la hija de un rey y no le
suplico a nadie.
Cuando el Monstruo del lago oyó estas
palabras, salió a flor de agua, se apoderó de la orgullosa muchacha
y se la tragó.
Lanzando gritos de terror las muchachas
huyeron como galgos y al llegar al poblado contaron lo que le había
ocurrido a la hija del rey.
-¡Oh! -sollozó el desventurado padre- yo se
lo había advertido innumerables veces, pero ella no quiso
escucharme. Pero aguarden, muy pronto la libertaremos de las garras
del Monstruo.
Y ordenó:
-¡Mis guerreros, ármense de vuestros
escudos, lanzas, hondas, arcos y agudas flechas! ¡Vamos a libertar a
mi hija!
Pronto todo un ejército de guerreros negros
se puso en marcha hacia el lago encantado.
El Monstruo asomó la cabeza fuera del agua,
y al ver a tantos guerreros, abrió su descomunal y gigantesca boca y
se tragó a un sinfín de ellos con la facilidad con que antes se
tragara a Untombina. Su enorme cuerpo parecía que iba agrandándose
por momentos, y era verdaderamente espantoso ver cómo perseguía a
los que intentaban salvarse; y así fue la persecución hasta las
mismas puertas del poblado.
Pero junto a la puerta estaba el rey con la
más aguda de las lanzas que poseía y se enfrentó con el Monstruo,
cuyo cuerpo se extendía por casi sobre una legua de distancia, ¡tan
enormes eran sus proporciones!
El viejo rey era un valiente guerrero muy
diestro en el arte de batallar, y supo al instante dónde tenía que
atacar a su enemigo. Primero le hundió la lanza en la garganta y
luego le hizo un agujero en un costado. Por este costado empezaron a
salir todos sus guerreros y finalmente la valerosa Untombina, más
altiva que nunca.
El rey la tomó de la mano y la acompañó en
triunfo hasta su madre, que tanto había llorado por ella.
Afortunadamente el Monstruo fue muerto, y
el lago donde habitaba quedó, desde aquel instante, desencantado.
Actividades
de comprensión lectora
|