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La silla

 

anónimo

 

La hija de un hombre le pidió al sacerdote

que fuera a su casa a hacer una oración para

su padre que estaba muy enfermo. Cuando el

sacerdote llegó a la habitación del enfermo,

encontró a este hombre en su cama con la

cabeza alzada por un par de almohadas.
Había una silla al lado de su cama, por lo

que el sacerdote pensó que el hombre sabia

que vendría a verlo.
Supongo que me estaba esperando, le dijo.
No, ¿Quién es usted?, dijo el hombre.
Soy el sacerdote que su hija llamó para

que orase con usted; cuando ví la silla vacía

al lado de su cama supuse que usted sabía

que yo vendría a visitarlo.
¡Óh! sí, la silla, dijo el hombre enfermo
¿Le importa cerrar la puerta?
El sacerdote sorprendido la cerró.
Nunca le he dicho esto a nadie, pero toda

mi vida la he pasado sin saber cómo orar.
Cuando he estado en la iglesia he escuchado

siempre respecto de la oración, que se debe

orar y los beneficios que trae, pero siempre

esto de las oraciones me entró por un oído y

me salió por el otro pues no tengo idea de

como hacerlo. Entonces hace mucho tiempo

abandoné por completo la oración. Esto ha

sido así en mí, hasta hace unos cuatro años,

cuando conversando con mi mejor amigo me

dijo: José, esto de la oración es simplemente

tener una conversación con Jesús. Así es como

te sugiero que lo hagas: te sientas en una

silla y colocas otra silla vacía enfrente tuyo,

luego con fe miras a Jesús sentado delante

de ti. No es algo alocado el hacerlo pues él

nos dijo:
"Yo estaré siempre con vosotros".
Por lo tanto, le hablas y lo escuchas, de la

 misma manera como lo estás haciendo con-

migo ahora. Así que lo hice una vez y me

gustó tanto que lo he seguido haciendo unas

dos horas diarias desde entonces. Siempre

tengo mucho cuidado que no me vaya a

ver mi hija, pues me internaría de inmediato

en el manicomio.
 

El sacerdote sintió una gran emoción al

escuchar esto y le dijo a José que era muy

bueno lo que había estado haciendo, y que

no cesara de hacerlo.
Luego hizo una oración con él, le extendió

una bendición y se fue a su parroquia.
Unos días después, la hija de José llamó

al sacerdote para decirle que su padre había

fallecido.
El sacerdote le pregunto: ¿Falleció en paz?
Sí, cuando salí de la casa a eso de las dos

de la tarde me llamó y fui a verlo a su cama,

me dijo lo mucho que me quería y me dio

un beso. Cuando regresé de hacer compras

una hora más tarde ya lo encontré muerto.
Pero hay algo extraño respecto a su muerte,

pues aparentemente justo antes de morir se

acercó a la silla que estaba al lado de su

cama y recostó su cabeza en ella, pues así

lo encontré.¿Qué cree usted que pueda

significar esto?

El sacerdote se secó las lagrimas de emoción

y le respondió: ¡Ojalá! que todos nos pu-

diésemos ir de esa manera...

 

 

 

Mª Lourdes García Jiménez

 

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