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Los días de la semana

 

Una vez los días de la semana quisieron divertirse y celebrar un banquete

todos juntos. Sólo que los días estaban tan ocupados, que en todo el año

no disponían de un momento de libertad; hubieron de buscarse una ocasión

especial, en que les quedara una jornada entera disponible, y vieron que esto

ocurría cada cuatro años: el día intercalar de los años bisiestos, que lo pu-

sieron en febrero para que el tiempo no se desordenara.

Así, pues, decidieron reunirse en una comilona el día 29 de febrero; y

siendo febrero el mes del carnaval, convinieron en que cada uno se

disfrazaría, comería hasta hartarse, bebería bien, pronunciaría un discurso

y, en buena paz y compañía, diría a los demás cosas agradables y desa-

gradables.

Los gigantes de la Antigüedad en sus banquetes solían tirarse mutua-

mente los huesos mondos a la cabeza, pero los días de la semana llevaban

el propósito de dispararse juegos de palabras y chistes maliciosos, como es

propio de las inocentes bromas de carnaval.

Llegó el día, y todos se reunieron.

Domingo, el presidente de la semana, se presentó con abrigo de seda negro.

Las personas piadosas podían pensar que lo hacía para ir a la iglesia, pero los

mundanos vieron en seguida que iba de dominó, dispuesto a concurrir a la

alegre fiesta, y que el encendido clavel que llevaba en el ojal era la linternita

roja del teatro, con el letrero: «Vendidas todas las localidades. ¡Que se

diviertan!».

Lunes, joven emparentado con el Domingo y muy aficionado a los placeres,

llegó el segundo. Decía que siempre salía del taller cuando pasaban los

soldados.

-Necesito salir a oír la música de Offenbach. No es que me afecte la cabeza

ni el corazón; más bien me cosquillea en las piernas, y tengo que bailar, irme

de parranda, acostarme con un ojo a la funerala; sólo así puedo volver al

trabajo al día siguiente. Soy lo nuevo de la semana.

Martes, el día de Marte, o sea, el de la fuerza.

-¡Sí, lo soy! -dijo-. Pongo manos a la obra, ato las alas de Mercurio a las

botas del mercader, en las fábricas inspecciono si han engrasado las ruedas y

si éstas giran; atiendo a que el sastre esté sentado sobre su mesa y que el

empedrador cuide de sus adoquines. ¡Cada cual a su trabajo! No pierdo nada

de vista, por eso he venido en uniforme de policía.

-Si no les parece adecuado, búsquenme un atuendo mejor.

-¡Ahora voy yo! -dijo Miércoles-. Estoy en el centro de la semana. Soy

oficial de la tienda, como una flor entre el resto de honrados días laborables.

Cuando dan orden de marcha, llevo tres días delante y otros tres detrás,

como una guardia de honor. Tengo motivos para creer que soy el día de la

semana más distinguido.

Jueves se presentó vestido de calderero, con el martillo y el caldero de

cobre; era el atributo de su nobleza.

-Soy de ilustre cuna -dijo-, ¡gentil, divino! En los países del Norte me han

dado un nombre derivado de Donar, y en los del Sur, de Júpiter. Ambos

entendieron en el arte de disparar rayos y truenos, y esto ha quedado en la

familia.

Y demostró su alta alcurnia golpeando en el caldero de cobre.

Viernes venia disfrazado de señorita, y se llamaba Freia o Venus, según el

lenguaje de los países que frecuentaba. Por lo demás, afirmó que era de

carácter pacífico y dulce, aunque aquel día se sentía alegre y desenvuelto; era

el día bisiesto, el cual da libertad a la mujer, pues, según una antigua

costumbre, ella es la que se declara, sin necesidad de que el hombre le haga

la corte.

Sábado vino de ama de casa, con escoba, como símbolo de la limpieza. Su

plato característico era la sopa de cerveza, mas no reclamó que en ocasión

tan solemne la sirviesen a todos los comensales; sólo la pidió para ella, y se

la trajeron.

Y todos los días de la semana se sentaron.

Los siete quedan dibujados, utilizables para cuadros vivientes en círculos

familiares, donde pueden ser presentados de la manera más divertida. Aquí

los damos en febrero sólo en broma, el único mes que tiene un día de

propina.

Hans Christian Andersen

 

Mª Lourdes García Jiménez

 

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