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PEQUEÑAS COSAS

                            

Lo conocí en la escuela. Nos prestamos la infancia,

el banco, los recreos, el sol del mediodía,

los vuelos del regreso a su casa, a la mía

y compartimos tardes de olímpica vagancia.

 

Jugar durante horas, aun cuando llovía,

mirarnos con un gesto de estudiada arrogancia,

lanzarnos mil abrojos con cruel beligerancia

y pedazos de tierra hasta que anochecía.

 

Tirarnos en el suelo y sentir la fragancia

de la menta aplastada... Y ahora, a la distancia,

me pregunto por qué no guardé de algún día

un puñado de abrojos de los tantos que había,

 o un trébol, o un cascote con marcas de alegría.

 

Era mi amigo. El resto, no tenía importancia.

 

                                                             

 ©  Carlos Marianidis

                                (Argentina)                          

 

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Mª Lourdes Garcia Jiménez