El mérito de Colón fue enorme ya que puso en marcha una expedición rechazada por los expertos. Además hay que valorar lo que suponía para aquella época navegar en mar abierto, por rutas desconocidas y sin ser capaz de medir la longitud ni la latitud con demasiada precisión. En realidad Colón contaba prácticamente solo con la brújula con la que podía fijar el rumbo. Los navegantes averiguaban el paralelo en el que estaban (la latitud) mediante la observación y cálculo del ángulo de visión de ciertos astros como la Estrella Polar. Así que la distancia recorrida era calculada de manera aproximada. En función de esa distancia los navegantes podrían hacerse una idea de sobre qué meridiano (la longitud) se encontraban. Cuando se conocían las dos coordenadas era cuando se podía fijar la posición de la nave, aunque en los siglos XV Y XVI, el cálculo de la longitud no era nada precisa.
Cuentan las leyendas, tan numerosas en torno al viaje de Colón, que él no se hubiera aventurado de no disponer de más información de la que confesaba, llegándose incluso a decir que ya conocía la existencia de tierra al otro lado del Atlántico por la confesión de algún misterioso navegante arrastrado al otro lado del Atlántico por tempestades.
Los que se opusieron a su proyecto no lo hacían porque pensaran que la dirección fuera incorrecta, de hecho muchos reconocieron que si la tierra era una esfera, podría llegarse al este viajando hacia el oeste; sino porque pensaban que la distancia entre las dos costas ibéricas y las del extremo oriente eran insuperables para los barcos de la época. También se dice que Colón pensaba que entre las costas españolas y las de Asia habría unos cinco mil kilómetros, cuando en realidad era una distancia cuatro veces mayor.
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