El rey del imperio en el que nunca se ponía el sol

Hijo de Juana la loca y nieto de los Reyes Católicos, Carlos I de España y V de Alemania gobernó en nuestro país, Alemania, los Países Bajos, Italia y el Nuevo Mundo.

Nació en la ciudad holandesa de Gante el 24 de febrero de 1500, hijo de dos famosos personajes de la realeza europea: la infanta doña Juana de España y el príncipe Felipe de Austria. O sea, Juana la loca y Felipe el hermoso. Su madre había viajado a tierras flamencas con solo 16 años para contraer matrimonio como se hacía antes: por conveniencia. Pero en cuanto conoció a su futuro esposo se volvió loca de amor y acabó ganándose el apodo por el que ha pasado a la historia.

Carlos paso su infancia en la ciudad de Malinas -en los Países Bajos- junto a sus tres hermanas, Leonor, Isabel y María, a las que se sentía muy unido. Era aficionado a cazar y a leer libros de caballería; dos actividades que quizás le prepararon para lo que se le vino encima cuando cumplió la misma edad en la que su madre -que fue declarada incapacitada para reinar- se había casado

Y es que en 1516, a la muerte de Fernando de Aragón, Carlos heredó el trono español. En 1520 fue nombrado emperador de Alemania. También fue soberano de los Países Bajos, emperador del Sacro Imperio Romano, rey de Nápoles y Sicilia y dueño y señor de los territorios de ultramar descubiertos bajo autoridad española. Con razón se dice que en su imperio nunca se ponía el sol. Su inmenso poder le enfrentó a Francisco I de Francia, que vio su país rodeado por las naciones gobernadas por Carlos, y que se alió con los turcos en su contra. También tuvo problemas con Martín Lutero, que vio sus deseos de Reforma Protestante estorbados por un rey casi universal.

En 1556 Carlos, que llego a encariñarse enormemente con el país de sus padres, abdicó y se retiró al monasterio extremeño de Yuste, donde murió dos años más tarde, dividiendo sus dominios entre su hijo Felipe II y su hermano menor, Fernando I.