Ver armamento de un torneo

En la Edad Media, los torneos eran combates a caballo entre caballeros armados con lanzas que se enfrentaban a lo largo de diferentes rondas: los torneos medievales gozaron de gran aceptación entre el público.
Los que adquirieron mayor fama fueron las fiestas populares en las que se enfrentaban caballeros con armas pesadas, que se denominaron "armas corteses" pues simulaban al armamento de combate habitual. Se celebraban en grandes solemnidades y servían fundamentalmente como adiestramiento de la clase militar, para solucionar querellas de toda índole entre los nobles y sobre todo como medio de distracción de los participantes y del público asistente.

Solían convocarse en los alrededores de los castillos, en los cuales se habilitaba un gran óvalo cercado en el que trascurría la liza, y se construían unas gradas para el público asistente, que se decoraban con elegancia y lujo, pues solían ocuparlas altos cargos de la jerarquía nobiliaria, emperadores y reyes. Para el pueblo llano se construían también gradas, pero sin la decoración y el lujo de las anteriores. Los pueblos y villas de los alrededores se engalanaban para la ocasión, pues debían ofrecer alojamiento a los ilustres participantes.
El torneo se iniciaba con un combate entre dos participantes a caballo, los cuales se lanzaban de frente y de manera que al cruzarse las lanzas lo hiciesen por el lado izquierdo de ambos. Después de varios pases, el vencedor era el que había roto más lanzas contra su adversario. En numerosas ocasiones se producía el choque de los caballos, lo que entrañaba un serio riesgo, tanto para los jinetes como para las monturas. Por ello, se procedió a separar el campo con una valla de forma que cada jinete cabalgaba por uno de los lados de la misma.

Tras esta lucha a caballo, se iniciaba la confrontación a pie para la que se utilizaban las mazas y espadas romas. La última parte del espectáculo consistía en una lucha masiva a caballo, para la cual se dividía a los participantes en dos grupos que luchaban hasta que el rey de armas daba la señal de detenerse.

A pesar de que las armas que se empleaban estaban especialmente realizadas para no causar daños, era muy frecuente que éstos se produjesen; en numerosas ocasiones llegaba a perecer alguno de los caballeros participantes. Por este motivo, tanto la Iglesia como las distintos países tomaron cartas en el asunto, y aunque no llegaron a prohibirlos, trataron de conseguir el juramento de los participantes de que tan sólo irían a estos festejos con el fin de adiestrarse militarmente.
Los caballeros participantes en los torneos contaban con diversos alicientes, entre ellos el conseguir renombre y fama entre sus iguales y desde luego el conseguir el premio característico de estas fiestas, el regalo que al ganador le otorgaba la dama por la cual luchaba y que solía consistir en una prenda o joya que ésta le regalaba. Los torneos finalizaban con un gran banquete en honor de los vencedores, en el cual las damas escanciaban el vino a los victoriosos héroes. Pero las hazañas de éstos no acababan aquí, pues los trovadores cantaban sus gestas de castillo en castillo, convirtiéndoles así en personajes legendarios.