En los párrafos siguientes hay trece palabras escondidas, todas son nombres de muebles. Búsquelas. Si no las encuentra pídanos la solución.
El padre de Francisco, el niño más travieso del pueblo, no pudo aguantar más y
le gritó:
- ¡A tu habitación, castigado!
- ¿A mi habitación para jugar un rato?, preguntó Francisco.
- ¡No, a la cama, para dormir!
A las cinco de la tarde no apetecía mucho dormir, así que Francisco saltó por la
ventana y se fue a buscar a sus amigos.
- ¡Vamos a jugar!, ¿vienes?
De un ágil salto, pasó fácilmente la valla y se unió al grupo de chiquillos.
- ¿A qué vamos a jugar?
Mario, uno de sus amigos le contestó:
- Las niñas jugarán al corro, pero nosotros iremos al río y nos subiremos a las
rocas.
Aquellos juegos prohibidos, en la orilla del río, eran lo más divertido de
aquellas tediosas tardes de otoño. Dejaron a las niñas y continuaron por el
camino hasta el río. Cuando llegaron Esteban, el mayor de todos, exclamó:
- ¡Corre pisa la casilla!
Era el grito de guerra que rompía las hostilidades del grupo. La «casilla» era
una superficie rectangular que habían dibujado en la roca más alta. El niño que
la pisara primero sería el ganador. Esteban corría todo lo que podía pero
Francisco tenía más agilidad para trepar por las rocas.
- ¡Cómo das esos saltos!, le decía Andrés a Francisco.
Cuando llegaron arriba se encontraron a Francisco, con aires de triunfo,
brincando sobre la «casilla».
- ¡Qué la vas a romper, chaval!, le chilló Esteban, enfadado porque él no había
podido ser el primero.
Aquél rincón era su sitio favorito. Allí pasaban las tardes con peligrosos
juegos al borde de las rocas. Ese día Pedro había llevado un enorme saco en el
que se metieron Esteban y Francisco.
Al rato un tropel de niños entró en el pueblo chillando. Don José, el párroco,
preguntó al verlos llegar corriendo:
- ¿Qué ha pasado?
- ¡Que dos niños se han caído al río y están temblando de frío!