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Un dramaturgo divulgador de la Ciencia

José Echegaray(1832-1916), dramaturgo español ganador del premio Nóbel de literatura en 1904 era ingeniero además de escritor y político. Escribía con frecuencia sobre temas científicos. Se transcribe aquí un artículo publicado en El Liberal de Madrid el 3 de agosto de 1896 sobre los rayos catódicos

Los Rayos Catódicos

José Echegaray

Artículo publicado en El Liberal de Madrid el 3 de agosto de 1896

«Imaginemos un arroyo que tranquilamente corra por cualquier cauce igual y suave, sin obstáculo alguno que altere su marcha.
»Ni remolinos, ni espumas, ni remansos: una cinta de plata tendida á lo largo de la ladera.
»Me parece que, tratándose de rayos catódicos, es imposible empezar en forma más poética, dado que este principio merezca tal nombre.
»Pero supongamos que el arroyo llega á un punto en que el cauce se precipita rápido á lo largo de una cierta extensión, para recobrar después su pendiente ordinaria y su limpidez primitiva. En este trayecto, en esta especie de caída, el agua se precipita algo, se agitará un tanto, y en el curso regular de la corriente tendremos una alteración del régimen general.
»Ni aun en esto sospecharían los rayos catódicos, dado que fueran capaces de sospechar, que de ellos voy á ocuparme en el presente artículo.
»Supongamos todavía que nuestro poético arroyuelo, y nada nos cuesta suponer que es poético, aunque en rigor no hace falta que, lo sea; supongamos, digo, que avanzando en su camino encuentra, no ya una pendiente rápida, sino un verdadero escalón del terreno, si bien no muy profundo. Entonces el agua se arrojará con nueva velocidad, y tendremos remolinos y espumas y una lámina líquida que desde lo más alto descenderá á lo más bajo, imitando una pequeña catarata.
»Con todo lo cual, podrá decirnos el pacientísimo lector, que los rayos catódicos no aparecen, ni hay sospechas de por dónde puedan aparecer.
»Pero no se impaciente, yo se lo ruego, que hacia los rayos catódicos vamos más aprisa de lo que imagina.
»Admitamos, por último, que nuestro arroyo, que ya por las aventuras que ha corrido debe de ser todo un veterano, se encuentra con un corte altísimo, desde cuyo fondo corra de nuevo el cauce de suave y continua pendiente. Claro es que el agua caerá impetuosísima por la cortadura, formando una enorme catarata, en cuyo fondo habrá remolinos y espumas, cuyos cristales pintarán el arco iris, y en que gotas desprendidas y vapor de agua formarán alrededor de la hoja líquida una atmósfera húmeda y rutilante. Quizá choque el agua con tanta fuerza sobre el pie del tajo, que suban surtidores líquidos mezclados con espumosos borbotones y vapores.
»Y ya estamos en los rayos catódicos, ó por lo menos, en algo que los pinta, los finge y los simboliza. Será todo lo dicho una imagen, no más, pero es al menos imagen clara y expresiva clara como el agua de la corriente, expresiva como las espumas que del agua, del aire y de los caprichos de la caída se formaron.
»Esto es lo que vamos á exponer, apoyándonos siempre, para hablar á los sentidos, en el simbolismo material que precede.
»Porque es lo cierto, que con otros nombres hemos venido refiriéndonos á la corriente eléctrica; al huevo eléctrico, aparato de física bien conocido; á los tubos de Geissler, que hasta fueron en años pasados motivo de entretenimiento y recreo, y á los tubos de Crookes ó sus análogos, en que por primera vez se estudiaron los rayos catódicos, y de donde emanan los rayos X, como transformación, al parecer, de aquéllos.

»Veamos cómo se puede explicar toda esta analogía entre cosas, al parecer, tan opuestas.

»También la corriente eléctrica va por el alambre conductor tranquilamente, sin que nadie sospeche al mirar el hilo de un telégrafo, de un teléfono ó de una conducción de luz eléctrica, el misterioso fenómeno que por el hilo en forma silenciosa se desliza.
»¿Es una verdadera corriente de éter? ¿Es vibración etérea? ¿Hay transporte y vibración á la vez? Todas estas hipótesis se han hecho y siempre el éter se impone: los más ateos en materia de ¿ter, si la palabra ateo puede aplicarse á este caso, tienen que aceptarlo como hipótesis ó como símbolo fecundo, porque sin él todo es sombras, contradicciones é imposibilidades.
»Pero si el hilo conductor se interrumpe por un elipsoide ó bomba de cristal, en que se haga previamente cierto vacío, de modo que por un lado llegue el hilo á la bomba y quede cortado en el hueco cristalino, y por el otro lado salga; la corriente eléctrica tendrá que dar un salto, por decirlo así, dentro del huevo ó globo eléctrico, para buscar el otro extremo del alambre, como el agua del arroyo tenía que saltar por el escalón que interrumpía su marcha: y veremos un globo de luz de polo á polo, dentro del globo de cristal, como veíamos lámina de agua, salpicada de espuma, desde lo alto á lo bajo de la catarata.'
» Es la pequeña caída de luz eléctrica, ó de la corriente que por la luz se hace visible; es el fluido que va del ánodo al cátodo. Y estas dos palabras tan formidables no son más que los nombres griegos de dos cosas bien sencillas y vulgares.

»Decir ánodo, es decir lo alto del escalón, el vértice de la pequeña catarata, el extremo del alambre adonde la corriente llega y en que queda cortada; en suma, el polo positivo.
»Porque ánodo viene del griego y se compone de anó, que significa en lo alto, y de odos, que significa camino.
»Análogamente decir cátodo es decir la parte baja del escalón, el fondo de la catarata, el extremo del alambre sobre el cual salta la corriente: en suma, el oro negativo.
»Así, cátodo viene del griego como ánodo y se compone de catá ó cató, que indica la parte baja, y odos, que significa lo mismo que antes significaba.
»Cuando cualquier ciudadano va á subir la escalera de su casa, pudiera decir «voy al ánodo,». y cuando la baja, pudiera preciarse de «ir al cátodo.»
»Sólo correría el peligro de que si algún sujeto malhumorado y enemigo de lo clásico le oyese, le acusara de pedantería.
»Ello es que lo que no se permite á un cualquiera, se permite á un sabio y en él se admira.
»El huevo eléctrico, ó globo eléctrico, se perfeccionó, convirtiéndose en el tubo de Geissler.
»El vacío se hizo más perfecto, se inyectaron gases diversos, se le dieron al tubo formas caprichosas, obteniéndose así preciosos juegos de luz y de colores, ráfagas brillantes, estratos de claridad alternando con estratos de sombra y finorescencias varias: era, en suma, que la catarata de éter se había hecho mayor y el espacio del tubo se llenaba, por decirlo así, de espuma eléctrica y de caprichosos iris.
»Pero siempre la causa era la misma: la corriente eléctrica que saltaba, una caída de éter desde el ánodo al cátodo, desde lo alto de la catarata etérea al fondo del abismo ó vacío, desde el polo positivo al polo negativo, para decirlo brevemente.
»Y la catarata se hizo aún mayor: ó de otro modo, Crookes consiguió un vacío casi perfecto en el interior del tubo de cristal: de un millón de partes de aire logró extraer todas menos una: el vacío llegó, pues, á una millonésima de atmósfera.
»Tan pequeñita como la catarata eléctrica es, á juzgar por la dimensión del tubo, es inmensa por la inmensidad del vacío que en él se ha formado.
»No hay abismo mayor que la nada.
»Pero en el tubo de Crookes las apariencias de los tubos de Geissler se desvanecen. Alrededor del cátodo reina un espacio obscuro; diríase que la catarata luminosa no tiene fuerza para llegar al fondo. Es como si una caída de agua se precipitase de altura tan grande, que antes de llegar al pie del abismo se evaporara toda ella en el aire ambiente.
»Sin embargo, la experiencia demuestra que del cátodo parte un haz de rayos: rayos negros; mejor dicho, obscuros; en fin, rayos que no se ven.
»Precisamente estos rayos invisibles, que parten del cátodo, son los que se llaman rayos catódicos; por esa razón, porque del cátodo parten.
»Es como si la cascada de éter al llegar al pie de su caída se reflejase en el fondo y rebotase hacia arriba, ó dicho de otra manera, hacia el ánodo. Como aquellos surtidores que botaban en la catarata líquida, al chocar con las rocas de la base, y parecían querer subir á la cima.
»Pero silos rayos catódicos no se ven, ¿cómo se sabe que del cátodo parten y que hacia el ánodo suben ó hacia él se dirigen?
»Porque en la parte opuesta del tubo, al chocar estos rayos con el cristal, producen en él una fluorescencia verdeamarillenta. A ellos no se les ve ; pero del choque resulta la fluorescencia por el choque se hacen visibles; la mancha luminosa los delata. Y cuando acercando un imán se desvían los rayos catódicos, la mancha luminosa, la fluorescencia cambia de sitio, y este cambio demuestra que los rayos catódicos se han desviado.
»Es como si un viento muy fuerte chocase contra la catarata; también se desviaría yendo á formar sus espumas en otro sitio del fondo. Aunque no viésemos la catarata, veríamos cambiar el sitio de los borbotones espumosos.
»Ahora bien, en ese espacio de la fluorescencia, en esa mancha luminosa del tubo, en ese sitio donde chocan contra el cristal los rayos catódicos, es donde nacen, para caminar por lo exterior, los rayos X.
»Por eso decimos que si los rayos X no son los mismos rayos catódicos, al menos son una transformación de éstos en el punto del tubo en que la fluorescencia aparece.
»Pero no sólo la fluorescencia prueba que existe una radiación especial que del cátodo, ó polo negativo, arranca,- sino que Crookes presentó hace ya muchos años otras pruebas visibles y materiales del mismo hecho.
»Crookes es un físico eminente, un experimentador admirable, pero lleva en su espíritu el sello de lo fantástico, y no hay trabajo suyo en que la parte material no tienda á espiritualizarse. Como que M. Crookes, con toda su seriedad británica, y con todo su aplomo de sabio, y todo su positivismo de experimentador, es un formidable espiritista, que hasta emprendió la tarea, hace tiempo, según dicen, de sacar fotografías espiritistas.
»Él inventó el radiómetro, ese molinillo que gira en presencia de la luz. »Él anunció poco menos que la transformación de las especies químicas, en una Memoria notabilísima.
	Rueda de paletas movida por rayos catódicos:
	dd, alambres procedentes de la bobina Ruhmkorff;
	ee, electrodos;
	gg, varitas horizontales de vidrio

»Él puso dentro del tubo, que lleva su nombre, molinillos ligerísimos, que los rayos catódicos hicieron girar (ver figura), como el viento hace girar las aspas de un molino.

»Él afirmó, precisamente fundado en este último experimento, que los rayos catódicos no eran otra cosa que un extremo y sutilísimo estado de la materia, á que llamó materia radian te. Como el vacío es tan grande, suponía Crookes que el gas contenido en el tubo llegaba á un inconcebible estado de división, y que sus átomos eran los que rechazados por el cátodo engendraban los rayos catódicos, chocaban con el cristal opuesto, engendraban con su bombardeo archimicroscópico la fluorescencia, y si encontraban en su camino uno de esos sutilísimos aparatos, de que antes hablábamos, lo hacían girar y aun correr sobre pequeños carriles.
»Muchos físicos Ingleses, algunos de primer orden, aceptaron esta hipótesis de la materia radiante y de los rayos catódicos, que no vendrían á ser otra cosa que un vientecillo sutilísimo como aliento de hada; entre otros Thomson y FitzGeralt. Pero los físicos alemanes, como el ilustre Hertz, su discípulo Lenard, y Goldstein, Wiedemann y Sbert, se opusieron á la hipótesis inglesa, y atribuyeron los rayos catódicos á un origen vibratorio.- no es la materia que corre, decían, es el éter que vibra.
»Y así estamos todavía, porque ni unos ni otros ceden, y los recientes rayos X han venido á resucitar el conflicto entre la hipótesis de Crookes y la hipótesis alemana de Hertz.
»De todas maneras, aun suponiendo que los rayos catódicos fuesen producidos por la materia radiante, no podrían serlo los rayos X, porque éstos no van por el vacío, sino por el aire, que es donde realizan sus mayores hazañas, entre otras, sus célebres fotografías á través de los cuerpos opacos.
»Así es que la ciencia está agitándose siempre entre los asombros astronómicos de lo infinitamente grande y las maravillas de lo infinitamente pequeño; ¡lo infinitamente pequeño, que, como dijo un gran escritor, no es acaso más que el gigante que para embromarnos se disfraza de enano.»

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