Título :
Teatro Crítico Universal. Tomo VIII
Autor :
Benito Jerónimo Feijoo
Lugar y Editor : Madrid : Herederos de Francisco del Hierro
Año :
1749
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Indice
Tomo octavo . Discurso Decimo: Paradojas Médicas
Paradoja XII :Las piedras preciosas totalmente inútiles
en la Medicina
- Ya algunos Médicos, y Filósofos me han precedido en
este dictamen. Las piedras preciosas en las Oficinas de los Boticarios
sirven de lo mismo, que en las joyas de las señoras, de adorno, y
ostentación, nada más. Prodigiosas cosas nos han dejado escritas algunos
Autores de las virtudes de varias piedras, como son dar sabiduría,
acumular riquezas, ganar las voluntades, hacer felices, y otras
prerrogativas de este tamaño, y aún mayor; llegando la ficción a la
monstruosidad de que hay una piedra, que hace invencible al que la trae
consigo; y otra que presta el conocimiento de los futuros.
Otros más moderados se han contentado con las
virtudes medicinales, pero concediéndoselas con ventaja a los vegetables,
o plantas más útiles, como son resistir la actividad de todos los
venenos, prolongar la vida, &c. y esto sólo trayéndolas consigo.
Pero es muy de notar, que los Príncipes, que poseen las piedras preciosas
de mejor calidad, y en mayor cantidad, adornándose continuamente de ellas
en los anillos, y otros ajuares, no sólo no viven más que los demás
hombres, pero, a proporción, mucho más que los de la inferior condición,
padecen la alevosía de los venenos, como nos testifican a cada paso las
Historias.
En lo que se han convenido comúnmente los Médicos,
es en atribuirles virtud alexipharmaca, o cordial, tomadas interiormente,
especialmente al jacinto y esmeralda. Esta opinión vino de los Árabes, y
la abrazaron, sin más fundamento, que la autoridad de ellos, los
Europeos. Pero algunos, que en estos últimos tiempos contemplaron la
materia a la luz de la experiencia, y la razón, como el famoso Santorio,
Guido Papin, Lucas Tozzi, y otros, bien lejos de aprobar el uso de esas
piedras como conveniente, le reprueban como perjudicial, pareciéndoles
que las partículas de las piedras introducidas en las entrañas no pueden
menos de causar obstrucciones, cerrando varios insensibles conductos, y
acaso herir, y romper con sus puntas muchas fibras.
Boerhave, aunque no le hallo declarado contra
las piedras preciosas, nos da bastante motivo para creer, que temía de
ellas los mismos daños; porque, tratando de los absorbentes, dice, que en
los que carecen de toda acrimonia, sólo se puede temer el que con su
mole, y peso sean nocivos: Uno hoc damnosa, si inerte pituitae mixta, mole
nocent; & pondere: miedo, que recae derechamente sobre las piedras
preciosas.
Pero prescindiendo de que dañen, o no, no
puedo comprender, que en ningún modo aprovechen. Cuantos medicamentos
obran algo en nuestros cuerpos, ejercen su actividad por medio de los
efluvios que espiran. ¿Pero que efluvios podemos imaginar que tenga una
piedra? ¿Y mucho menos que las piedras comunes, una piedra preciosa? La
cual, como más compacta, y dura, es menos apta para exhalar corpúsculos
algunos de su substancia. Yo contemplo, que una esmeralda, o un diamante,
bien guardados adonde no puedan quebrarse, ni rozarse, durarán muchos
siglos, sin perder medio gramo de su peso, lo que no podría suceder si
exhalasen algunos corpúsculos. No es tan firme la textura del vidrio,
como el de una piedra preciosa. Con todo, ¿quién discurrirá en el
vidrio emanación de corpúsculos, que disminuyan su substancia? Doy el
caso que hubiese alguna en las piedras preciosas, necesariamente sería en
una cantidad tan diminuta, que no fuese capaz de algún efecto sensible.
Una esmeralda, pongo por ejemplo, demos que en cinco, o seis siglos exhale
corpúsculos, que pesen un gramo. ¿Quién, de la cantidad de exhalación,
que corresponde a un día, podrá esperar alguna inmutación en el cuerpo
humano?
El recurso a cualidades ocultas se halla ya tan
despreciado entre los verdaderos Físicos, que aún de impugnarle se desdeñan.
Y mucho más ridículo el de que por la analogía que hay, por su
resplandor, y diafanidad, entre las piedras preciosas, y los cuerpos
celestes, las virtudes de éstos se deriven, y embeban en aquéllas. Si la
diafanidad hiciera algo para esto, también serían muy benéficos a
nuestra salud los polvos del vidrio. Si el resplandor, cualquiera cuerpo
luminoso, cualquiera fósforo nos serían más útiles, que cuantas
preciosidades vienen de una, y otra India. Así tendríamos unos insignes
medicamentos en los polvos de madera podrida, y en los de las escamas de
los pescados.
Acaso se me dirá, que aunque de las piedras
preciosas, en su estado natural, no hay alguna emanación de corpúsculos,
no se infiere que no la tenga sutilmente trituradas, e introducidas en el
estómago, donde en virtud del calor nativo, padeciendo una perfecta
disolución, podrán exhalar hacia el corazón, y otras entrañas corpúsculos
activos. A que digo lo primero, que por mucho que se trituren las piedras,
las partículas divididas son de la misma naturaleza que el todo; esto es,
siempre piedras. Digo lo segundo, que el calor de nuestros cuerpos es muy
poca cosa para disolver, no digo la piedra más dócil, mas ni aún los
alimentos de que nos nutrimos, como sienten ya casi generalmente los Filósofos.
Todas las disoluciones, que se hacen en el estómago, se deben a la
operación de los ácidos.
Luego podrán, se me instará, los ácidos
estomacales disolver las piedras preciosas. Niego la consecuencia por dos
razones. La primera, porque no cualquiera ácido es disolutivo de
cualquiera cuerpo. Así de que los ácidos estomacales disuelvan los
alimentos, mal se inferirá, que disuelvan una esmeralda. Cuerpos de mucho
menor resistencia, como los huesos de cereza, o guinda, y aún los granos
de las uvas, salen enteros del estómago, y de los intestinos. Son muy
flojos los ácidos de nuestros estómagos, para esperar de ellos tan
fuerte operación. La segunda, porque es probabilísimo, que ningún ácido,
por valiente que sea penetra las piedras preciosas. De casi todas los
afirma el experimentadísimo Monsieur du Fai, en la Memoria presentada a
la Academia Real de las Ciencias el año de 1728, sobre la tintura, y
disolución de muchas especies de piedras. Suyas son estas palabras: Llamo
piedras duras las que resisten a los violentos ácidos, cuales son casi
todas las piedras preciosas, las ágatas, los jaspes, el cristal de roca,
&c. El decir no todas absolutamente, sino casi todas, creo que fue sólo
por exceptuar la Margarita, la cual sin duda se disuelve por los ácidos;
pero no siendo la Margarita propiamente piedra (como no lo es tampoco en
sentir de los Filósofos experimentales ninguna de aquellas concreciones,
que comúnmente se forman dentro de los cuerpos animados, aunque se les da
nombre de tales) no hay consecuencia alguna de ella a las demás piedras
preciosas.
De lo dicho infiero, que aún la virtud
absorbente es harto dudosa; y aún absolutamente supuesta en las piedras
preciosas, siendo lo mismo no poder los ácidos penetrarlas, que no poder
ellas absorberlos.
Mas doy, que las piedras preciosas tengan
alguna virtud absorbente; ¿a qué propósito gastar dinero en ellas,
habiendo otros muchos absorbentes, poco, o nada costosos, y a lo que se
debe creer mucho más eficaces, como son los huesos calcinados, cuerno de
ciervo preparado, el marfil quemado, el coral, ojos de cangrejo, &c.?
Boerhave cuenta generalmente las piedras por absorbentes, sin distinguir
entre preciosas, y no preciosas, y aún sin hacer memoria de éstas. Aún
concedido, que las preciosas fuesen absorbentes, antes fiara yo la operación
de las comunes, y vulgares, que de aquéllas, porque su mayor porosidad
muestra más aptitud para absorber.
Paradoja XXV: Es probable ser más conveniente la
variedad, que la simplicidad de los alimentos.
Monsieur Hartosoeker es mi Autor en esta
Paradoja, que parecerá más Paradoja, que todas las demás, por cuanto la
sentencia opuesta en todos tiempos ha sido aceptada de todo el mundo como
induvitable. Sin embargo, no seré un mero copiante de este célebre Filósofo,
porque al argumento, en que él se funda, añadiré otros tres, que no juzgo
despreciable.
Fúndase Monsieur Hartosoeker, en que en igual
cantidad es más fácil la digestión de distintos alimentos, que de uno
solo. La prueba es experimental. Un disolvente, que disuelve un sólido, no
más que hasta una determinada cantidad, de la cual no puede pasar, restan aún
con virtud para disolver otro sólido diverso. Así echando sal en la agua,
le va disolviendo hasta determinada cantidad; de la cual si se pasa, echando
más sal de la misma especie, no le disuelve; pero si en vez del aditamento
de sal de la misma especie del primero, se echa alguna porción de otra
especie de sal, ésta se disuelve. La immutación de los alimentos en el estómago
es una verdadera disolución, causada por los ácidos estomacales. Luego
sucederá, que estos no puedan disolver de una especie de alimento más que
hasta tanta cantidad, v. gr. una libra, pero puedan disolver sobre esta
libra, media, o un cuarterón de otro alimento. Por la misma razón, si en
vez de una libra de un alimento solo, se toma media libra de un alimento, y
media de otro, será más fácil, y pronta la disolución de éstos, que de
aquel. Luego en igualdad de cantidad (suposición precisa para la verdad de
la Paradoja) más conveniente es la variedad que la simplicidad de los
manjares.
Añadimos por segunda prueba ser sumamente verisímil,
que muchas veces el jugo de un alimento sea disolvente de las partes sólidas
de otro alimento; en cuyo caso, ayudando aquel disolvente al estomacal, se
hará la disolución más pronta. Esta es la razón, porque la
heterogeneidad de los cuerpos es necesaria para la fermentación, no
pudiendo un cuerpo simple ser disolvente de sí mismo.
Tercera prueba. Es natural que cada alimento sea
más apto para engendrar un determinado humor, que otro humor distinto.
Luego hay el riesgo, de que continuando siempre una especie de alimento, se
engendre en excesiva cantidad tal determinada especie de humor; por
consiguiente, que faltando el equilibrio de los humores, que es menester
para la conservación de la salud, resulte enfermedad.
La última prueba experimental. Tengo observado,
que los hombres regalados, que tienen diferentes manjares a su mesa, y aún
de un día a otro varían algunos platos, no viven menos, ni con menos
salud, que los que por la cortedad de medios, o por motivo de dieta se
alimentan simple, y uniformemente. Es verisímil, que por lo común aquéllos
comen algo mayor cantidad; porque el apetito, ya lánguido para un alimento,
se excita al presentarse otro distinto. Luego la heterogeneidad de los
manjares facilita la digestión.
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