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Electroterapia
Existe un profesor francés
que hasta ahora no ha caído en la manía de los autobombos, que no
busca siquiera la notoriedad. Vive en una ciudad poco bulliciosa y en
una de la casas más vetustas del barrio más solitario. El profesor
se llama Leduc, la ciudad Nantes. Ese señor trabaja con tanto afán y
actividad como un inventor norteamericano. Su talento y su aplicación
han producido ya resultados magníficos. Cuando nadie o muy pocos le
conocían en Francia, en Alemania había muchos médicos que aplicaban
sus descubrimientos basados todos ellos en principios indubitables, no
anunciados jamás antes de su comprobación absoluta.
Recientemente, en un viaje que hizo a París, dio
cuenta a la Academia de Ciencias de dos de sus geniales inventos.
El primero es la anestesia eléctrica. El sujeto
duerme con facilidad pasmosa y despierta apenas cesa la corriente. No
presenta el nuevo método ninguno de los inconvenientes de los
antiguos estupefacientes; no puede acarrear, como el cloroformo, catástrofes
irreparables. Al despertar no se experimenta el más ligero malestar
ni la sensación de cansancio peculiar de los narcóticos. El señor
Leduc, para demostrar que no ofrecía ningún riesgo el sistema
inventado por el, fue el primero en someterse a la anestesia eléctrica
y explicaba luego sus impresiones, que no tienen nada de
desagradables. Primero se pierde la facultad de moverse, después la
de recordar, más tarde cesan de funcionar todos los sentidos y últimamente
el cerebro no piensa, queda como aniquilado, pues en la casi absoluta
cesación de funciones ni siquiera la facultad de soñar subsiste. En
cambio el despertar es rapidísimo y todas las facultades se recobran
simultáneamente.
El segundo invento, que promete aliviar los
padecimientos de muchos enfermos, consiste en introducir en el
interior del cuerpo humano, sin necesidad de que pasen por las vías
respiratorias o digestivas, algunos medicamentos que van a parar
directamente al punto a que se les destina. Así algunos órganos
enfermos o débiles pueden curar con gran facilidad, pues los remedios
llegan a ellos de un modo directo, sin modificación alguna.
Para demostrar que puede, a voluntad, introducir
esta o aquella sustancia en el organismo humano, hizo un experimento
práctico con dos conejos. A uno de ellos le introdujo gran cantidad
de iones de estricnina y murió presa de las convulsiones características;
a otro conejo que recibió la misma corriente eléctrica, pero cargada
de cloruro de sodio, nada le ocurrió.
La radiactividad
Han pasado diez años desde
que el ilustre Becquerel descubrió en el uranio una nueva fuerza que
a venido a aumentar el número de las que durante el siglo XIX se ha
reconocido que existían en la que se ha llamado materia inerte, con
tanta impropiedad por cierto, puesto que la experiencia prueba que
existen en ella movimientos y actividad poderosísimos.
Desde aquel descubrimiento efectuado en febrero de
1897, como desde que los esposos Curie dieron a conocer el que hará
su nombre inmortal, han aparecido centenares de artículos encomiásticos,
en la mayor parte de las cuales se han exagerado las cosas de tal
modo, que en lugar de aclarar el problema ha venido a oscurecerse y a
confundir más y más a la opinión, sobre todo a aquella parte que no
sigue íntimamente y de cerca todos los pormenores del movimiento
científico y que es, por consiguiente la que con más facilidad se
impresiona por las exageraciones, en las que, por lo que toca al punto
de que venimos tratando, se ha llegado al grado superlativo, pues no
ha faltado hasta quien dijera que se había conseguido descubrir, con
esta fuerza, el origen de la vida, mientras afirmaban otros que el
problema que por espacio de siglos persiguieron los alquimistas, de
conseguir transformar el plomo en oro, podía considerarse como
completamente resuelto.
Esta desviación a que se ha conducido la opinión
pública, este rebasamiento de los límites en que debe encerrarse la
realidad, es lo que nos hace considerar que no ha de ser estéril un
breve resumen de lo que se ha hecho respecto a la radiactividad, desde
que Becquerel aportó su conocimiento al mundo de la ciencia.
La radiactividad
descubierta en el uranio, por dicho físico, consiste en la emisión
de la sustancia llamada radiactiva, que tiene tres radiaciones
clasificadas en tres tipos diferentes: A. B. y C. El primero consiste
en una emisión de corpúsculos cuya masa es aproximadamente doble a
la de los átomos de hidrógeno que no tiene electricidad positiva
(sic) y que se mueve con una velocidad equivalente a un décimo de las
de la luz que es de 300 mil kilómetros por segundo. El tipo B.
consiste en una emisión de corpúsculos cuya masa representa un décimo
de la de los átomos de hidrógeno, careciendo de electricidad
negativa (sic) , a la que se le ha dado el nombre de electrono (sic) y
cuya velocidad puede alcanzar las nueve décimas de la de la luz. En
cuanto al tercer tipo, consiste probablemente en pulsaciones u ondas
longitudinales del éter, que se distinguen de las ondas luminosas
ordinarias en que éstas son precisamente transversales.
Estas radiaciones producen
efectos luminosos o lo que es lo mismo, eflorescencias sobre
determinados cuerpos y sobre su misma masa; producen también efectos
calóricos, químicos, puesto que descomponen el agua en sus elementos
constitutivos y obran sobre las planchas fotográficas; y eléctricos,
ya que hacen buenos conductores los gases que atraviesan los cuerpos
electrizados que están cerca de ellos.
···
El origen de este gas o fluído resulta todavía
muy misterioso: en opinión de Rutherford, los átomos que forman las
"emanaciones", están constituidos por lo que queda del átomo
de la sustancia radiactiva, cuando ha emitido uno o más corpúsculos
A y B. Según esta nueva teoría, resulta que el átomo no es como se
había creído hasta ahora una cosa fija e indivisible, sino que está
constituido or los corpúsculos A y B, que se mantienen adheridos por
una fuerza de atracción, de manera que cualquier perturbación que
pueda influir en el equilibrio de tal sistema, puede dar por resultado
que los tales corpúsculos sean proyectados en el espacio. Cabe por
consiguiente que un cuerpo se transforme en otro y que, como ha dicho
Ramsay, ocurra que se presente helio en un frasco que al principio sólo
contenía emanaciones de radio.
Es de gran importancia también
hacer notar que la radiactividad no es un atributo de un reducido número
de cuerpos. pues si bién es cierto que el radio, el torio, el urenio,
el abinio y el polonio poseen esta propiedad de un modo notable,
observaciones recientes permiten afirmar que es un atributo de toda
materia, que todos los cuerpos son radiactivos y que la única
diferencia que hay, consiste en el grado de esa radiactividad.
Un ilustre físico inglés,
tratando de esto ha dicho con muchísima razón:"Problema de
grandísimo interés es en los actuales momentos no ya encontrar
sustancias radiactivas, sino hallar una que no lo sea en más o en
menos". Hay que confesar que hasta la fecha, esta demostración
no la ha hecho nadie todavía.
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