Erase una vez en una dehesa manchega dos viejas vecinas que se amaban tanto como odiaban. Su rencor y envidia era continuo. Siempre estaba en guerra una con la otra o la otra con la una. Y de esta guisa se temía que acabaran pero que muy mal.
Un buen día doña cigüeña decidió convidar a doña zorra a un buen almuerzo para zanjar sus más y sus menos o al menos eso es lo que parecía.
- Buenos días doña zorra, le invito a usted a probar un aceite exquisito que tengo allá en mi nido -dijo la cigüeña.
- Con mucho gusto iré -contestó la zorra.
Dicho y hecho ambas acordaron lugar y hora.
Tanto disgusto se llevo doña zorra como hambre al ver que su anfitriona le tenía preparado aquel divino aceite en una Alcudia. Recipiente con boca estrecha y alargada por donde si podía meter el pico doña cigüeña y saborearlo. Pero doña zorra lo único que podía lamer eran las gotas que escurrían por la boquilla tras beber doña cigüeña. Tal fue su enfado y resignación que decidió devolver el golpe a su vecina:
- Buenos días doña cigüeña, le invito a usted a probar unas gachas exquisitas que tengo allá en mi madriguera.
- Con mucho gusto iré -contestó la cigüeña.
Dicho y hecho ambas acordaron lugar y hora.
Con la mismo moneda le pagó y la pobre cigüeña lo único que se llevó fue el pico afilado. Ya que no paro de picar por uno y otro lado ese divino manjar que su querida vecina le había servido en un plato llano. Dos lametazos le supuso a la zorra limpiar aquel plato lleno de gachas. Mientras que la pobre cigüeña intento e intento pero que en ayunas se marchó.
-Esto no quedará así -dijo doña cigüeña.
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