Actividad 14

Monólogo

Metodología Transversalidad Lee el siguiente monólogo teatral:

 

La viejecita

«(La anciana anda con pasos menudos, como si resbalara despacito sobre el suelo. Se sienta con cuidado en un sofá. Es tan pequeña y arrugada, que recuerda un garbanzo antes de ponerlo en remojo. Lleva un vestido de tela basta negra con un cuello blanco y estrecho, como una puritana. En la mano trae un rosario y un libro de oraciones. Habla con una voz tan de viejecita que parece fingida. Se dirige a un interlocutor mudo.)

ANCIANA.- Me he escapado para venir a verlo. Un nieto me ha traído a regañadientes a la parroquia de ahí al lado. Volverá a buscarme dentro de tres cuartos de hora... Ya sabía yo que lo de la misa le pondría los pelos de punta. (Echa la cabeza hacia atrás para reírse; la risa acaba en tos.) O sea, que tenemos ese tiempo... Yo vivo con mi hijo no lejos de aquí, pero no me dejan salir sola. No por miedo a que me pase algo, sino por miedo a que les pase a ellos: a que vaya con el cuento a alguien y me saquen de mi cautiverio... En cuanto me quedé viuda hace seis años, mi hijo... Aunque él no es el malo, es ella, que no es de nuestra sangre... Mi hijo vendió mi casa, que era como Dios manda, con mucha habitación y techos altos... "No hay quien los limpie sin partirse una pierna", decía ella que es una comodona. Lo vendió, y se compraron el piso donde estamos ahora. Tienen tres niños; bueno, yo tengo tres nietos, pero como si no. Y dijeron que yo no cabía allí, y me llevaron a un antro en las afueras. Estaba lleno, lleno, de viejos. Yo me hice amiga de uno, andaluz como usted, más salado que las pesetas y muy majo... Si él estuviese conmigo, otro gallo me cantaría. Mi marido fue bueno, pero muy aburrido el pobre, Dios lo haya perdonado. El asilo era un hotelito con un jardín como la palma de mi mano... (Extiende una mano temblorosa, de venas salientes, seca como un sarmiento.) Bueno, jardín, no: era un ensanche de cemento, que, si tenías la desgracia de caerte, te arreglabas. Desde el principio dijeron que yo me levantaba demasiado por la noche. Iba a mis cosas: a hacer pis, ya usted me entiende. Y me ataban con gomas a la cama, y me ponían aquí una toalla grande por si acaso. Vamos, una porquería. Era una gente bastante puerca en todo... Mi hijo me visitaba cada vez menos; al final, ya sólo cuando me pagaban la pensión, para qué vamos a engañarnos. Y ella y los niños, nunca... Entonces fue cuando se armó el escándalo -no sé si usted se acuerda-: encontraron a ocho viejos metidos en un garaje, amarrados, podridos vivos y atiborrados de drogas... Nosotros no queríamos enterarnos, pero lo sabíamos. Ahora, ¿quién era el guapo que tiraba de la manta? ¿Y ante quién? Las familias no quieren sacarnos de allí; los demás no nos hacen caso; y, si a alguien se le hubiese ocurrido investigar, se le habría caído el pelo al que lo hubiera descubierto. De modo que chitón. Lo que pasa es que fue tan gordo el escándalo que cerraron el asilo. No sé si Sanidad, o el Ayuntamiento. A mi amigo Armando -se llama así, qué gracioso- se lo llevó su gente a Armanda, digo a Arganda me parece. Lo perdí de vista. A mí me trajeron aquí. Y es muy triste decirlo, pero estoy mucho peor... Me han puesto a vivir -bueno, lo que es vivir...- en una especie de alacena o de armario o de despensa, qué sé yo lo que es aquello. Una celdita donde, si quepo tumbada, es porque he menguado mucho.

Con un ventanuco allá arriba. Me cierran por fuera, porque dicen que estoy yendo al baño todo el día y toda la noche: qué manía con el baño, ¿eh? Tengo que golpear en la puerta, y entonces la criada -porque el cuarto da a la cocina- me abre, si está allí; si no, me aguanto. A ella, a mi nuera, le ha dado por decir que huelo mal. Si no me dejan ni bañarme a gusto, si no me lavan la ropa, si no me permiten que la lave yo, porque dicen que no sé manejar la lavadora y la estropeo, ¿qué querrán?... Nadie sabe que yo vivo en esa casa; a las visitas se lo ocultan.

A los nietos no me los dejan ver, porque dice ella que los entenebrezco: hay que ver qué palabra; que los niños sólo tienen que ver cosas alegres y personas alegres. Como si yo, que he sido un cascabel toda mi vida, fuese ahora un entierro de tercera. La culpa es suya. Secuestrada me tienen; sólo me sacan para cobrar la pensión. Una noche que tenían a cenar a un médico importante, me puse a dar patadas a la puerta. Le dijeron que era una tía materna loca; que por amor no me metían en un sanatorio, pero que qué cruz se habían echado encima... El mejor día me envenenan. Yo tengo un régimen, por el azúcar, ¿sabe usted?, y no me lo respetan, qué va. Ellos querrían que me muriera. Y yo también, si esto va a seguir así; pero de muerte natural. No como uno del asilo, que le había puesto su nuera el ataúd a los pies de la cama. 0 como otro que, porque no lo admitían en un hospital en el mes de julio, lo dejaron en una gasolinera mientras hacía pis, que se dice muy pronto. Sus propios hijos, ¿eh? Como dice el refrán: cría hijos y te sacarán los ojos...»

GALA, Antonio: La viejecita. El País Semanal. (Adaptación del artículo periodístico).