UN PINCHAZO
El treinta de agosto del año pasado, después de pasar quince días con unos amigos en un pueblo de montaña, me dispuse a regresar a la ciudad. A primera hora de la mañana llamé por teléfono a un taxi, recogí mis cosas y arreglé un poco la habitación. También recogí algunas flores y me despedí de varios vecinos.
El taxista llegó bastante puntual y emprendimos la marcha. Teníamos una hora y media para llegar a la estación y en la carretera no había nadie.
"Tal vez me he tomado demasiado tiempo", pensé. "Pero no importa. Todo va a las mil maravillas."
Y, en ese instante, ¡un pinchazo!