Más tarde, los científicos descubrieron que, lanzando sonidos contra un objeto, éstos se reflejaban volviendo al punto de partida. Así, en 1922, construyeron el «sonar», que era un aparato que se instalaba en el barco y emitía ondas sonoras muy agudas contra el fondo del mar. Al reflejarse en el fondo, su eco volvía al aparato y medía la profundidad según el tiempo transcurrido. Según sea el eco, puede saberse si el objeto con que las ondas han chocado es un fondo de roca, (con lo que se averigua la profundidad), o un banco de peces (lo que es muy útil para los barcos de pesca) o un objeto metálico (lo que sirve para localizar buques hundidos).