Lázaro se va con un ciego para guiarlo y ayudarlo. Antes de irse se despide llorando de su madre que le aconseja que sea bueno. Al salir de Salamanca, el ciego le gastó una broma golpeándole la cabeza contra un toro de piedra que estaba en un puente. Le dijo que tenía que aprender y espabilar para poder valerse por sí mismo. Lázaro llegó a la conclusión de que así debía ser y acaba el texto reconociendo que el ciego le había enseñado muchas cosas útiles para la vida.