Cuando me detengo a reflexionar en el estado (de dolor sin límites en que me hallo)
y a ver los lugares peligrosos (pasos) por donde mi amor me ha traído
me doy cuenta de que, aunque fueron tan peligrosos esos lugares por donde anduve perdido,
todavía podía haber llegado a un estado mucho peor.

Pero cuando no tengo en cuenta los peligros del camino (y sólo me fijo en el dolor que siento)
no me explico por dónde he venido a tanto mal;
sé que me estoy muriendo (de amor), y, sin embargo, siento más
que, al morir yo, acabará o morirá también mi amor (mi cuidado).

Me voy a morir, puesto que me entregué sin orden y sin condiciones (sin arte)
a una mujer (a quien) que sabrá perderme y matarme
si quiere, y por supuesto que sabrá quererlo, es decir, querrá matarme.

Porque, si mi voluntad puede matarme, es decir, si yo mismo busco la muerte al amarla,
su voluntad (la de ella), que no es tan favorable a mí como mi propia voluntad
pudiendo (matarme), ¿qué otra cosa va a hacer sino matarme?