NO, no puedes subir a la torre. Eres
demasiado grande.
¡Si fuera la Giralda de Sevilla!.
¡Cómo me gustaría que subieras! Desde el
balcón del reloj se ven ya las azoteas del pueblo, blancas, con sus
monteras de cristales de colores y sus macetas floridas pintadas de
añil. Luego, desde el del sur, que rompió la campana gorda cuando la
subieron, se ve el patio del Castillo, y se ve el Diezmo y se ve, en
la marea, el mar.
Más arriba, desde las campanas, se ven
cuatro pueblos y el tren que va a Sevilla, y el tren de Riotinto y la
Virgen de la Peña. Después hay que guindar por la barra de hierro y
allí le tocaría los pies a Santa Juana, que hirió el rayo, y tu
cabeza, saliendo por la puerta del templete, entre los azulejos
blancos y azules, que el sol rompe en oro, sería el asombro de los
niños que juegan al toro en la plaza de la Iglesia, de donde subiría a
ti, agudo y claro, su gritar de júbilo.
¡A cuántos triunfos tienes que
renunciar, pobre Platero! ¡Tú vida es tan sencilla como el camino
corto del Cementerio viejo! |