De pronto, con su duro y solitario
trote, doblemente sucio en un alma nube de polvo, aparece, por la
esquina de Trasmuro, el burro. Un momento después, jadeantes,
subiéndose los caídos pantalones de andrajos, que les dejan fuera las
oscuras barrigas, los chiquillos, tirándole rodrigones y piedras...
Es negro, grande, viejo, huesudo -otro
arcipreste-, tanto, que parece que se le va a agujerear la piel sin
pelo, por doquiera. Se para, y mostrando unos dientes amarillos, como
habones, rebuzna a lo alto ferozmente, con una energía que no cuadra a
su desgarbada vejez...
¿Es un burro perdido? ¿No lo conoces,
Platero? ¿Qué querrá? ¿De quién vendrá huyendo, con ese trote desigual
y violento?
Al verlo, Platero hace cuerno, primero,
ambas orejas con una sola punta, se las deja luego, una en pie y otra
descolgada, y se viene a mí, y quiere esconderse en la cuneta, y
huir, todo a un tiempo. El burro negro pasa a su lado, le da un rozón,
le tira la albarda, lo huele, rebuzna contra el muro del convento y se
va trotando, Trasmuro abajo...
...Es, en el calor, un momento extraño
de escalofrío -¿mío, de Platero?- en el que las cosas parecen
trastornadas, como si la sombra baja de un paño negro ante el sol
ocultase, de pronto, la soledad deslumbradora del recodo del callejón,
en donde el aire, súbitamente quieto, asfixia... Poco a poco, lo
lejano nos vuelve a lo real. Se oye, arriba, el vocerío mudable de la
plaza del pescado, donde los vendedores que acaban de llegar de la
Ribera exaltan sus acedías, sus salmonetes, sus brecas, sus mojarras,
sus bocas; la campana de vuelta, que pregona el sermón de mañana; el
pito del amolador...
Platero tiembla aún, de vez en cuando,
mirándome, acoquinado, en la quietud muda en que nos hemos quedado los
dos, sin saber por qué...
-Platero; yo creo que ese burro, no es
un burro...
Y Platero, mudo, tiembla de nuevo todo
él de un solo temblor, blandamente ruidoso, y mira, huido, hacia la
gavia, hosca y bajamente... |