Esta tarde he ido con los niños a
visitar la sepultura de Platero, que está en el huerto de la Piña, al
pie del pino redondo y paternal. En torno, abril había adornado la
tierra húmeda de grandes lirios amarillos.
Cantaban los chamarices allá arriba, en
la cúpula verde, toda pintada de cenit azul, y su trino menudo,
florido y reidor, se iba en el aire de oro de la tarde tibia, como un
claro sueño de amor nuevo.
Los niños, así que iban llegando,
dejaban de gritar. Quietos y serios, sus ojos brillantes en mis ojos
me llenaban de preguntas ansiosas.
-¡Platero, amigo!-le dije yo a la
tierra-; si, como pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas
sobre tu lomo peludo a los ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá,
olvidado? Platero, dime: ¿te acuerdas aún de mí? , Y, ..., una leve
mariposa blanca, ... revolaba insistentemente, igual que un alma, de
lirio en lirio...
|