Era una hermosa tarde a fines del verano. Mamá
pata había hecho su nido en la orilla del arroyo.
-Estos patitos tardan mucho en romper el cascarón -dijo, dando
un suspiro.
Mamá pata estaba sola empollando sus huevos. Los demás
patos se hallaban demasiado ocupados nadando y no venían a conversar
con ella. Por fin, los patitos empezaron a golpear el cascarón
con el pico hasta que lograron romperlo y pudieron salir. Uno a uno,
se aventuraron a dar sus primeros pasos por el nido. Después
de unos cuantos tropezones, se sacudieron y observaron. Los patitos
estaban maravillados.
-¡Qué grande es el mundo! -decían, y en efecto así
parecía después de haber estado metidos en un huevo.
-El mundo es mucho más grande -explicó mamá pata-.
¿Ya salieron todos? ¡Ay, no! Todavía falta aquel
huevo grande. Una vieja pata se acercó a mirar.
-Ese debe ser un huevo de pavo -dijo-. A mí me ocurrió
eso mismo una vez. ¡No te imaginas mi preocupación! El
chiquillo no se acercaba al agua por más que yo trataba de obligarlo.
Mi consejo es que dejes ese huevo quieto y no le prestes atención
-concluyó la vieja pata.
"No importa", pensó mamá pata. "Voy a empollarlo
un rato más".
Al poco tiempo, mamá pata escuchó un "toc, toc".
Era el nuevo bebé que sacaba la cabeza del cascarón.
"Éste no es un pavo", pensó mamá pata
al verlo caminar. "Pero es tan grande y feo
Bueno, haré
lo mejor que pueda".
Al día siguiente, mamá pata los llevó a todos a
nadar. El primer patito se lanzó al agua. ¡Plash! Luego,
uno a uno se fueron zambullendo en el estanque, incluido el patito feo,
y segundos después, todos se deslizaban suavemente en el agua.
Luego, mamá pata llevó a la familia al corral de las aves.
-Háganle la venia a la gran pata mayor -dijo mamá pata-.
La cinta que lleva alrededor de la pata le confiere distinción
y honorabilidad.
Los patitos hicieron la venia con gran respeto. Luego, el pavo se acercó
a mirarlos.
-¡Nunca había visto un patito tan grande y feo! -graznó.
Ahí comenzaron los problemas del patito feo. Todos lo trataban
mal porque no era como los demás. Los otros patitos lo golpeaban
y las gallinas lo picoteaban. El pobre patito feo se sentía muy
triste. A medida que pasaba el tiempo, las cosas empeoraban. Nadie lo
quería porque era diferente. Llegó un día en que
el patito feo ya no aguantó más y huyó del corral.
Corrió tan rápido como se lo permitían sus patas,
hasta que se internó en el bosque. Como no sabía dónde
estaba, decidió seguir corriendo sin parar. Por fin, llegó
hasta un gran pantano en donde vivían unos patos salvajes. Allí
se quedó, escondido bajo un matorral. Se sentía agotado
y muy solo. A la mañana siguiente, los patos salvajes se acercaron
a mirar al recién llegado.
-Hola -dijeron-. ¿Quién eres?
-Soy un pato de granja -respondió el patito feo, notando que
los patos salvajes tenían un aspecto muy diferente a los patos
del corral.
-¿Un pato? -exclamaron-. ¡Jamás habíamos
visto un pato tan torpe como tú! Pero puedes quedarte aquí,
si quieres. Hay espacio para todos. El patito feo estaba feliz de poder
quedarse en el pantano, lejos de los crueles animales de la granja.
El clima empezó a enfriar y las hojas de los árboles comenzaron
a ponerse rojas y amarillas. Había llegado el otoño. Un
día, el patito feo estaba buscando algo de comer entre los juncos,
cuando dos jóvenes gansos se posaron junto a él.
-¡Hola, amigo! -saludaron-. ¿Quieres venir con nosotros?
Vamos a otro pantano, donde hay otros gansos como nosotros.
Diciendo esto, alzaron el vuelo. Al patito feo le gustó la idea.
Sin embargo, no había alcanzado a moverse cuando escuchó
unos disparos. Aterrado, vio que los gansos caían al pantano.
Un perro enorme corría a sacarlos. Se oían disparos de
escopeta por todas partes. Otro perro llegó saltando por entre
los juncos y por poco le pasa por encima al patito feo. El perro lo
miró un instante y luego se fue.
-¡Qué suerte! -exclamó el patito feo, jadeante-.
Soy tan feo que ni siquiera los perros me quieren. El patito feo pasó
todo el día escondido entre los juncos. Finalmente, cuando el
sol se ocultó, los perros se fueron y ya no hubo más disparos.
Entonces, salió del agua y corrió por el bosque. Ya era
de noche y el viento soplaba con fuerza. De repente, el patito feo se
encontró frente a una casa que parecía abandonada. Una
tenue luz se vislumbraba a través de la desbaratada puerta. "Debo
resguardarme de este viento", pensó el patito feo. Entonces
se metió por una rendija de la puerta y buscó un rincón
para pasar la noche. En la casa vivía una anciana con un gato
y una gallina.
-¿Y quién es éste? -preguntó la anciana
al día siguiente, al ver al patito feo. Él le explicó
todo lo que había sucedido.
-Si ronroneas y pones huevos, te puedes quedar -dijo la anciana.
Por supuesto, el pobre patito feo no podía hacer ninguna de estas
dos cosas. Se quedó triste y pensativo en un rincón, recordando
cuán feliz había sido en el pantano. Al fin, el patito
feo le dijo a la gallina:
-Quiero conocer el mundo.
-¡Estás loco! -comentó la gallina-. Pero no te voy
a detener.
El patito feo logró llegar a un gran estanque. Allí pasaba
los días nadando bajo el sol. En cierta ocasión, pasaron
volando unas aves de cuello muy largo. Era la primera vez que el patito
feo veía aves tan hermosas.
"Me encantaría ser su amigo", pensó.
Los vientos helados del invierno comenzaron a soplar. En poco tiempo,
el agua del estanque empezó a congelarse. Era imposible soportar
tanto frío.
Por fortuna, un campesino que pasaba por allí salvó al
patito de morir congelado y se lo llevó a su casa, que estaba
calientita. Lamentablemente, los hijos del campesino no lo dejaban en
paz. Se la pasaban correteándolo por todas partes. En la primera
oportunidad que tuvo, el patito feo se escapó.
De alguna manera, el patito feo logró sobrevivir en el invierno.
Una buena mañana, extendió las alas para sentir mejor
el calor del sol. Casi sin darse cuenta, empezó a volar y llegó
hasta un jardín con un gran estanque en medio. Tres hermosas
aves blancas flotaban con elegancia en el agua. Eran cisnes, pero él
no lo sabía.
"Voy a hablarles" se dijo. "Quizás me rechacen
por ser tan feo, pero prefiero eso a que me picoteen las gallinas".
Se deslizó lentamente hacia donde estaban los cisnes e inclinó
la cabeza. ¡Sorprendido, vio en el agua el reflejo de otro cisne
hermoso!
-¡Mira, hay otro cisne! -dijeron unos niños que observaban
el estanque desde la orilla-. ¡Es el más lindo de todos!
Al patito feo, que no era un pato sino un cisne, se le llenó
el corazón de inmensa felicidad. ¡Al fin había encontrado
su hogar!