3. 1. Diálogo literario. ESO

 

            Es una forma del discurso esencial en la narrativa –como ya se vio al tratarla– y, sobre todo, en el teatro.

 

3.1.1. El diálogo en la narración

 

            En toda narración hay que distinguir las palabras que pertenecen al narrador y las que pertenecen a los personajes. La reproducción de las palabras de los personajes supone una ruptura del ritmo narrativo y, a su vez, esas palabras, el diálogo, tendrán un ritmo determinado, según las intervenciones de los personajes sean largas o breves.

           

            Tradicionalmente se han distinguido las siguientes formas de insertar las palabras de los personajes en el texto narrativo:

 

ESTILO DIRECTO. Se citan las palabras o pensamientos de los personajes tal y como se supone que ellos mismos los han formulado. Estas palabras van introducidas por un verbo que indique “hablar” o “pensar” (decir, preguntar, comentar, interrogar, afirmar, pensar…), y pueden ir precedidas de un guión, de dos puntos ( : )  o  con comillas ( “ ”).

 

            Observa en el siguiente texto las marcas de estilo directo y las palabras (en negrita) que se citan con esa técnica:

 

  Salimos de Salamanca y, llegando al puente, está a la entrada de él un animal de piedra que casi tiene forma de toro, y el ciego mandóme que llegase cerca del animal y, allí puesto, me dijo:

  Lázaro, llega el oído a este toro y oirás gran ruido dentro de él.

  Yo simplemente llegué, creyendo ser así. Y como sintió que tenía la cabeza junto a la piedra, afirmó recio la mano, diome una gran calabazada en el diablo del toro, que más de tres días me duró el dolor de la cornada, y díjome:

  –Necio, aprende, que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo.

  Y rio mucho la burla.

  Parecióme que, en aquel instante, desperté de la simpleza en que, como niño, dormido estaba. Dije entre mí: “Verdad dice este, que me cumple avivar el ojo y avisar, pues solo soy, y pensar cómo me sepa valer”.

Lazarillo de Tormes

 

ESTILO INDIRECTO. En este caso, el narrador resume las palabras del personaje. Por lo tanto, prevalece el estilo y el punto de vista del narrador. En cuanto a la forma, el verbo de habla aparece seguido de una oración subordinada introducida por la conjunción “que”. En el siguiente texto de El conde Lucanor, vemos cómo dentro de las palabras de Patronio, en estilo directo, se insertan las de otros personajes en estilo indirecto (en negrita):

 

  –Señor conde –dijo Patronio–, había en Bolonia un lombardo que juntó mucho dinero sin parar en los medios, tratando solo de que fuera mucho. Un día el lombardo enfermó de muerte. Un amigo que tenía, cuando le vio tan malo, le aconsejó que se confesara con Santo Domingo, que estaba en Bolonia, a quien, en efecto mandó llamar. […] Enterados los hijos del lombardo de que su padre había mandado por Santo Domingo, se preocuparon mucho, temiendo que el santo hiciera a su padre dar por su alma lo que había robado y se quedaran ellos sin nada. Por eso, al llegar el fraile, le dijeron que su padre sudaba, que en aquel momento no convenía hablarle y que ya le llamarían ellos otra vez. Al poco rato perdió el padre el habla y murió, de manera que no hizo nada de lo que debía hacer para salvarse.

                                                                              Don Juan Manuel, El conde Lucanor

 

 

ESTILO INDIRECTO LIBRE . Se usa para reflejar el pensamiento del personaje pero desde la tercera persona usada por el narrador. Las marcas lingüísticas de este procedimiento son las siguientes: uso del imperfecto de indicativo, la reconversión de la persona yo en la persona él, la afectividad expresiva proporcionada por exclamaciones, interrogaciones, léxico, coloquialismos, etc., así como la ausencia de los verbos introductorios (decir, pensar…). En el siguiente ejemplo se marca en negrita el discurso reproducido en estilo indirecto libre y se subraya el estilo directo.

 

  Aunque la pintura de tanta felicidad influía levemente en su ánimo, no se dejaba seducir Benina, y como persona práctica vio los inconvenientes de una traslación repentina a países tan distantes, donde se encontraría entre gentes desconocidas, que hablaban una lengua de todos los demonios, y que seguramente se diferenciarían de ella por las costumbres, por la religión y hasta por el vestido, pues allá de fijo, andaban con taparrabo… ¡Bonita estaría ella con taparrabo! ¡Vaya, que se le ocurrían unas cosas al buen Mordejai! Mostrándose afectuosa y agradecida, le argumentó con los inconvenientes de la precipitación en cosa tan grave como es el casarse de buenas a primeras, y correrse de un brinco nada menos que al África, que es como quien dice, donde empiezan los Pirineos.             

               Benito Pérez Galdós, Misericordia

 

 

            En el primer caso el léxico coloquial reproduce el pensamiento de Benina; los puntos suspensivos –como si el pensamiento se detuviera– van seguidos de las exclamaciones, que presentan una afectividad propia del personaje y no del narrador.

            La parte en estilo indirecto va introducida por el verbo “argumentar” y se construye como una subordinada con “que”. Fíjate que ahora para indicar las palabras exactas de Benina se recurre al recurso tipográfico de las cursivas (donde empiezan los Pirineos), ya que el narrador no puede ser responsable de esa inexactitud, pero sí Benina.

 


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