1.3.3.
Espacio. ESO
La
historia que se narra ha de tener lugar en un espacio, en un lugar determinado.
En
una narración el espacio y el tiempo están muy relacionados. La situación
discursiva de la narración necesita uno o varios lugares, cuya presencia en el
texto da veracidad al relato, sitúa a los personajes, proporciona efectos
simbólicos o se erige, incluso, en verdadero protagonista, como en el siguiente
fragmento de La colmena:
Desde
los solares de la plaza de toros,
incómodo refugio de las parejas pobres y llenas de conformidad, como los
feroces, los honestísimos amantes del antiguo testamento, se oyen –viejos,
renqueantes, desvencijados, con la carrocería destornillada y los frenos
ásperos y violentos– los tranvías que pasan, no muy lejos, camino de las
cocheras.
El
solar mañanero de los niños alborotadores, camorristas que andan a pedrada
limpia todo el santo día, es, desde la
hora de cerrar los portales, un edén algo sucio donde no se puede bailar,
con suavidad, a los acordes de algún recóndito, casi ignorado aparatito de
radio; donde no se puede fumar el aromático, deleitoso cigarrillo del preludio;
donde no se pueden decir, al oído, fáciles ingeniosidades seguras,
absolutamente seguras. El solar de los
viejos y las viejas de después de comer, que vienen a alimentarse de sol,
como los lagartos, es, desde la hora en
que los niños y los matrimonios cincuentones se acuestan y se ponen a soñar, un
paraíso directo donde no caben evasiones ni subterfugios, donde todo el mundo
sabe a lo que va, donde se ama noblemente, casi con dureza, sobre el suelo
tierno en el que quedan, ¡todavía!, las rayitas que dibujó la niña que pasó la
mañana saltando a la pata coja, los redondos, los perfectos agujeros que cavó
el niño que gastó avaramente sus horas muertas jugando a las bolas.
–¿Tienes frío, Petrita?
–No, Julio, ¡estoy tan
bien a tu lado!
–¿Me quieres mucho?
-Mucho, no lo sabes tú
bien.
Camilo José Cela, La colmena
Al
hablar de espacio narrativo debemos tener en cuenta que, aunque el nombre del lugar
en el que transcurra la historia esté tomado de un enclave geográfico real, no
hay que confundir el espacio de la historia con el espacio del discurso. El
espacio del discurso es un espacio verbal, esto es, hecho con palabras y nunca responde a espacio
geográfico o a lugar real. El
texto narrativo propone un espacio como marco de la historia narrada. Este
espacio se construye con palabras y dichas palabras representan nuestra única
fuente de información.
El
espacio en el que se desenvuelven los personajes y se suceden las acciones se
crea mediante procedimientos técnicos y estilísticos entre los que destaca la
descripción. La espacialización está sujeta a la perspectiva del narrador y
siempre contribuye a crear lo que se denomina “ambiente” en una narración.
Además, a veces, el espacio adquiere un valor simbólico, que dota de nuevos
valores a la narración.
En
la parte dedicada a la descripción encontrarás ejemplos de descripciones
espaciales, pero aquí te proponemos una descripción espacial tomada de El camino de Miguel Delibes:
Era, el
suyo, un pueblecito pequeño y retraído y vulgar. Las casas eran de piedra, con
galerías abiertas y colgantes de madera, generalmente pintadas de azul. Estas
tonalidades contrastaban, en primavera y verano, con el verde y rojo de los
geranios que infestaban galerías y balcones.
La
primera casa, a mano izquierda, era la botica. Anexas estaban las cuadras, las
magníficas cuadras de don Ramón, el boticario-alcalde, llenas de orondas,
pacientes y saludables vacas. A la puerta de la farmacia existía una
campanilla, cuyo repiqueteo distraía a don Ramón de sus afanes municipales para
reintegrarle, durante unos minutos, a su profesión.
Siguiendo
varga arriba, se topaba uno con el palacio de don Antonino, el marqués,
preservado por una alta tapia de piedra lisa e inexpugnable; el tallercito del
zapatero; el Ayuntamiento, con un arcaico escudo en el frontis; la tienda de
las Guindillas y su escaparate recompuesto y variado; la fonda, cuya famosa
galería de cristal flanqueaba dos de las bandas del edificio; a la derecha de
ésta, la plaza cubierta de boñigas y guijos y con una fuente pública de dos
caños, en el centro; cerrando la plaza, por el otro lado, estaba el edificio
del Banco y, después, tres casas de vecinos con sendos jardincillos delante.
Por
la derecha, frente a la botica, se hallaba la finca de Gerardo, el Indiano,
cuyos árboles producían los mejores frutos de la comarca; la cuadra de Pancho,
el Sindiós, donde circunstancialmente estuvo instalado el cine; la taberna del
Chano; la fragua de Paco, el herrero; las oficinas de Teléfonos, que regentaban
las Lepóridas; el bazar de Antonio, el Buche, y la casa de don José, el cura,
que tenía la rectoría en la planta baja.
Trescientos
metros más allá, varga abajo, estaba la iglesia, de piedra también, sin un
estilo definido, y con un campanario erguido y esbelto. Frente a ella, los
nuevos edificios de las escuelas, encalados y con las ventanas pintadas de
verde, y la vivienda de don Moisés, el maestro.
Miguel Delibes, El camino