1.3.4. Personajes. ESO
Ya hemos visto que el narrador relata acontecimientos. Esos
acontecimientos están conformados por una serie de acciones que llevan a cabo
uno o varios personajes. Del mismo modo que ya establecimos la diferencia entre
el autor y el narrador, ahora conviene que distingamos personaje y persona. El
personaje es una entidad lingüística que forma parte del relato, como el
tiempo, el espacio o el mismo narrador. Por eso el personaje de un relato puede
tener la forma de una persona, un animal e, incluso, de un objeto.
En
cualquier caso los personajes son los encargados de hacer que la historia
progrese, que se pase de una situación inicial a otra distinta y así
sucesivamente.
CLASIFICACIÓN
Una primera clasificación es la que
se puede establecer entre protagonistas
y secundarios. Los protagonistas
serán personajes que deben evolucionar a lo largo de la novela, pueden
identificarse también por ser aquellos de los que más se habla. Los secundarios
tienden a ser más estáticos y, obviamente, tienen menor importancia en el
desarrollo de la trama.
Podemos encontrar personajes colectivos,
como en La colmena de Cela, aunque se
puedan descomponer en diferentes individualidades. Hay también personajes que
presentan una referencia ajena al
propio texto (personajes históricos, mitológicos…) y personajes-tipo (el pícaro, el don Juan).
CARACTERIZACIÓN
La caracterización de los personajes se
produce mediante una serie de rasgos que varía según las épocas: los héroes
épicos son fuertes y sabios, los héroes del siglo XX inseguros, problemáticos…Fundamentalmente el personaje queda caracterizado
por tres elementos que pueden combinarse o aparecer separados: la descripción,
las acciones y las palabras del propio personaje. También contribuyen a construir
el personaje los comentarios del propio narrador o de otros personajes sobre
uno determinado.
La descripción se da cuando se hace una presentación oficial del
personaje o bien proporcionando rasgos del mismo a lo largo de la narración.
Esta descripción supone tanto rasgos físicos –prosopografía– como rasgos de
carácter –etopeya– y de ello nos ocuparemos con más detalle en el capítulo
dedicado a la descripción.
Las acciones que realiza o propicia dan, evidentemente, noticia de
cómo es y de cómo se transforma, con lo que contribuye al desarrollo de la
propia trama de la narración.
Por último, la representación de las palabras dichas o pensadas
por el personaje, además de mostrar sus ideas, sentimientos, etc., permiten
conformar el personaje desde una perspectiva cultural, social…
En el texto que te presentamos a continuación puedes ver cómo se
combinan estas tres formas de caracterizar a los personajes. El fragmento
pertenece al primer capítulo de Miau,
el narrador se centra en Luisito Cadalso y su amigo Silvestre Murillo. En rojo
marcamos los rasgos de Luisito y de Silvestre que se transmiten mediante la
descripción, en azul las acciones que sirven para definirlo y en verde las
palabras dichas por Silvestre que le caracterizan ampliamente (envalentonamiento,
vulgarismos de su habla…).
Salieron,
como digo, en tropel; el último quería ser el primero, y los pequeños chillaban
más que los grandes. Entre ellos había uno de menguada estatura, que
se apartó de la bandada para emprender solo y calladito el camino de su casa. Y apenas
notado por sus compañeros aquel apartamiento que más bien parecía huida, fueron
tras él y le acosaron con burlas y cuchufletas, no del mejor gusto. Uno le
cogía del brazo, otro le refregaba la cara con sus manos inocentes, que eran un
dechado completo de cuantas porquerías hay en el mundo; pero él
logró desasirse y... pies, para qué os quiero. Entonces dos o tres de
los más desvergonzados le tiraron piedras, gritando Miau; y toda la partida
repitió con infernal zipizape: Miau, Miau.
El
pobre chico de este modo burlado se llamaba Luisito Cadalso, y era bastante
mezquino de talla, corto de alientos, descolorido, como de ocho años, quizá de
diez, tan tímido que esquivaba la amistad de sus compañeros, temeroso de las
bromas de algunos, y sintiéndose sin bríos para devolverlas. Siempre fue el
menos arrojado en las travesuras, el más soso y torpe en los juegos, y el más
formalito en clase, aunque uno de los menos aventajados, quizás porque su
propio encogimiento le impidiera decir bien lo que sabía o disimular lo que
ignoraba. Al
doblar la esquina de las Comendadoras de Santiago para ir a su casa, que estaba
en la calle de Quiñones, frente a la Cárcel de Mujeres, uniósele uno
de sus condiscípulos, muy cargado de libros, la pizarra a la espalda, el
pantalón hecho una pura rodillera, el calzado con tragaluces, boina azul en la
pelona, y el hocico muy parecido al de un ratón. Llamaban al tal Silvestre
Murillo, y era el chico más aplicado de la escuela y el amigo mejor que Cadalso
tenía en ella. Su padre, sacristán de la iglesia de Monserrat, le
destinaba a seguir la carrera de Derecho, porque se le había metido en la
cabeza que el mocoso aquél llegaría a ser personaje, quizás orador célebre,
¿por qué no ministro? La futura celebridad habló así a su compañero:
–Mia tú,
Caarso, si a mí me dieran esas chanzas, de la galleta que les pegaba les ponía
la cara verde. Pero tú no tienes coraje. Yo digo que no se deben poner motes a
las personas. ¿Sabes tú quién tie la culpa? Pues Posturitas, el de la casa de
empréstamos. Ayer fue contando que su mamá había dicho que a tu abuela y a tus
tías las llaman las Miaus, porque tienen la fisonomía de las caras, es a saber,
como las de los gatos. Dijo que en el paraíso del Teatro Real les pusieron este
mal nombre, y que siempre se sientan en el mismo sitio, y que cuando las ven
entrar, dice toda la gente del público: «Ahí están ya las Miaus.»