La madre de un muchacho campesino ganaba de comer hilando lino, y el muchacho, grandísimo galopo, le hurtaba una porción de cada copo. Juntando las porciones, fue tejiendo un látigo tremendo, con la villana idea de pegar a los chicos de la aldea. Los ocios del amigo no eran buenos; la intención, por lo visto, mucho menos. Diose a pelar la rueca tanta prisa, que hubo la madre de notar la sisa, y registrando con afán prolijo el arca donde el hijo guardaba con su ropa sus peones, el látigo encontró de repelones. Cogiole furibunda, y al muchacho le dio tan larga tunda, que a contar de las piernas al cogote, no le dejó lugar libre de azote, diciendo, al batanarle de alto a bajo: ¡Mira cómo te luce tu trabajo! A robar te llevó tu mal deseo, y con el robo yo te vapuleo. Siempre verás que el vicio se labra por sus manos el suplicio. |
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