Un día crudísimo de invierno, en el que el viento silbaba cortante, unos puerco-espines se apiñaban, en su madriguera, lo más estrechamente que podían. Pero resultaba que, al estrecharse, se clavaban mutuamente sus agudas púas. Entonces volvían a separarse; pero el frío penetrante los obligaba, de nuevo, a apretujarse. Volvían a pincharse con sus púas, y volvían a separarse. Y así una y otra vez, separándose, y acercándose, y volviéndose a separar, estuvieron hasta que, por fin, encontraron una distancia que les permitía soportar el frío del invierno, sin llegar a estar tan cerca unos de otros como para molestarse con sus púas, ni tan separados como para helarse de frío.
|
---|