El teatro español contemporáneo

Teoría-Actividades


Teoría:


Situación histórica

En 1936 estalla en España la Guerra Civil, que enfrenta a los españoles durante tres largos años. Las consecuencias del conflicto fueron muy graves: se rompió con la cultura y el pensamiento de antes y muchos intelectuales se exiliaron.

Cuando acabó la Segunda Guerra Mundial, la mayoría de los países imponen un fuerte bloqueo político y económico al régimen de Franco. España se encuentra aislada del resto del mundo. En 1950, Estados Unidos levanta el bloqueo diplomático y España es admitida como miembro de la ONU. El país, poco a poco se va desarrollando, alcanzando un nivel económico e industrial bastante importante en los años setenta.

La censura, impuesta tras la Guerra Civil, hizo que muchos escritores tuvieran que ajustar sus obras a lo permitido por la ley. Otros prefirieron irse de España o publicar sus obras en otros países. Lejos de España, los exiliados producen obras de gran interés.

En 1975, tras la muerte de Franco y al coronación del rey Juan Carlos I, las libertades democráticas eliminan la censura y muchos escritores regresan a España.


Situación literaria

Se pueden distinguir tres grandes etapas:


El teatro de posguerra

Se pretende entretener a un público ávido de diversión. Predomina el teatro cómico.

Nació en Madrid en 1905. Su padre era actor, autor y empresario teatral. Estudió bachillerato, idiomas, dibujo, pintura y música. Publicó historietas y chistes ilustrados por él mismo en varios periódicos. En 1942 fundó La codorniz, que dirigió hasta 1946. Murió en Madrid en 1977.

En 1932 publicó su comedia más importante: Tres sombreros de copa, pero nadie se atrevió a estrenarla hasta veinte años después por miedo a perder dinero con una obra que rompía con los esquemas tradicionales. Escribió guiones para el cine, como el de la película Bienvenido, Mister Marshall y otras comedias como: Maribel y la extraña familia; A media luz los tres; El señor vestido de violeta; Sublime decisión; Mi adorado Juan; Carlota; Melocotón en almíbar.

Contratiempo antes de la boda (Miguel Mihura)
A continuación puedes leer un fragmento de Tres sombreros de copa, perteneciente al final de la obra. La acción de la obra ocurre en una habitación de un hotel de provincias, en donde Dionisio, el protagonista, pasa su última noche de soltero. Se va a casar al día siguiente con una muchacha perteneciente a una familia tradicional de provincias. En el mismo hotel se hospeda una compañía de artistas de variedades. Dionisio se enamora de una bailarina encantadora e inocente llamada Paula. Juntos sueñan emocionantes y poéticas aventuras imposibles por la boda del día siguiente.

Se pone al descubierto la rigidez la falsedad y el absurdo de los convencionalismos que rigen la sociedad. Paula y Dionisio piensan que pueden ser felices juntos; pero el orden establecido es más fuerte que su amor y sus sueños y vuelven a la rutina de una vida que no les gusta nada.

También aparece D. Rosario, que es el dueño del hotel.

DIONISIO.- (La besa nuevamente.) ¡Paula! ¡Yo no me quiero casar! ¡Es una tontería! ¡Ya nunca sería feliz! Unas horas solamente todo me lo han cambiado... Pensé salir de aquí hacia el camino de la felicidad y voy a salir hacia el camino de la ñoñería y de la hiperclorhidria...

PAULA.- ¿Qué es la hiperclorhidria?

DIONISIO.- No sé, pero debe de ser algo imponente... ¡Vamos a marcharnos juntos...! ¡Dime que me quieres, Paula!

PAULA.- ¡Déjame dormir ahora! ¡Estamos tan bien así...!

(Pausa. Los dos, con las cabezas juntas, tienen cerrados los ojos. Cada vez hay más luz en el balcón. De pronto se oye el ruido de una trompeta que toca a diana y que va acercándose más cada vez. Luego se oyen unos golpes en la puerta del foro.)

DON ROSARIO.- (Dentro) ¡Son las siete, don Dionisio! ¡Ya es hora de que se arregle! ¡El coche no tardará! ¡Son las siete, don Dionisio!

(Él queda desconcertado. Hay un silencio y ella bosteza y dice.)

PAULA.- Son ya las siete, Dionisio. Ya te tienes que vestir.

DIONISIO.- No.

PAULA.- (Levantándose y tirando la manta al suelo.) ¡Vamos! ¿Es que eres tonto? ¡Ya es hora de que te marches...!

DIONISIO.- No quiero. Estoy muy ocupado ahora...

PAULA.- (Haciendo lo que dice.) Yo te prepararé todo... Verás... El agua... Toallas... Anda. ¡A lavarte, Dionisio...!

DIONISIO.- Me voy a constipar. Tengo muchísimo frío...

(Se echa en el diván acurrucándose.)

PAULA.- No importa... Así entrarás en reacción... (Lo levanta a la fuerza.) ¡Y esto te despejará! ¡Ven pronto! ¡Un chapuzón ahora mismo! (Le mete la cabeza en el agua.) ¡Así! No puedes llevar cara de sueño... Si no, te reñiría el cura... Y los monaguillos... Te reñirán todos...

DIONISIO.- ¡Yo tengo mucho frío! ¡Yo me estoy ahogando...!

PAULA.- Eso es bueno... Ahora, a secarte... Y te tienes que peinar... Mejor, te peinaré yo... Verás... Así... Vas a ir muy guapo. Dionisio... A lo mejor ahora te sale otra novia... Pero... ¡oye! ¿Y los sombreros de copa? (Los coge.) ¡Están estropeados todos...! No te va a servir ninguno... Pero ¡ya está! ¡No te apures! Mientras te pones el traje yo te buscaré uno mío. Está nuevo. ¡Es el que saco cuando bailo el charlestón...!

Nació en 1901 y murió en 1952. Escribió en algunos periódicos y publicó con éxito algunas novelas. Sin embargo, destacó más como autor teatral de comedias, con obras llenas de un lenguaje brillante e irónico que da una gran dulzura a los diálogos. Destacan: Margarita, Armando y su padre; Cuatro corazones con freno y marcha atrás; Eloísa esta debajo de un almendro; Los ladrones somos gente honrada; Angelina o el honor de un brigadier; Madre (el drama padre); Las siete vidas del gato; El sexo débil ha hecho gimnasia.

Eloísa está debajo de un almendro (Enrique Jardiel Poncela)
La acción se desarrolla en casa de Mariana. Micaela, su tía, que ha anunciado la presencia de ladrones esa noche, hace su ronda por el jardín acompañada de dos perros. Se oye un alboroto que sorprende a Leoncio, Fernando y Fermín que están en una sala de la casa. Se oyen unas voces que provienen de detrás del escenario.
CLOTILDE.- (Dentro.) ¡Sujetad los perros!

LUISA.- (Dentro.) ¡Ya están!

MICAELA.- (Dentro.) ¡Yo siempre sé lo que me digo!

CLOTILDE.- (Dentrro.) Y ayudadme...

PRÁXEDES.- (Dentro.) ¿No le basto yo? ¡Ah! Bueno, por eso...

MICAELA.- (Dentro.) ¡Yo siempre tengo razón! ¡Yo siempre tengo razón!

CLOTILDE.- (Dentro.) ¡Calla Micaela!

MICAELA.- (Dentro.) ¡No quiero! ¡No quiero callar! (La primera que surge es Micaela, que viene en tal actitud de desvarío, que ni ve por dónde anda, ni a los que están en la escena.) ¡Todos habláis de mí como de una loca, como si yo no supiera lo que me digo! ¡Y sé lo que me digo! Ya lo estáis viendo. El lunes anuncié ladrones para hoy, ¡y ahí lo tenéis! ¡Ya ha caído uno!

(Mientras tanto, por la escalera, ha entrado y avanza entre los muebles un grupo formado por Clotilde, que viste un traje de calle muy sencillo; Práxedes y Luisa [...], trayendo en medio a Ezequiel, el cual viene muy pálido [...].)

FERNANDO.- (Asombrado.) ¡Tío Ezequiel!

FERMÍN.- ¡El señor Ojeda!

MICAELA.- (Yendo de un lado a otro.) ¡Ya ha caído uno! ¡Ya ha caído uno!

CLOTILDE.- ¡Calla, Micaela, calla! (A Luisa.) Tú, trae árnica y algodón, que el señor debe de tener mordeduras.

LUISA.- Sí, señora. (Se va por la escalera.)

EZEQUIEL.- ¡Y agua!...

CLOTILDE.- ¡Y agua! ¡Un vaso de agua para el susto!

PRÁXEDES.- Agua aquí hay. ¿Qué dice? ¿Qué no? ¡Ah! Bueno, por eso... (Le sirve un vaso de agua a Ezequiel.)

EZEQUIEL.- Yo debo de estar malísimo, porque veo la habitación llena de muebles.

FERNANDO.- Y lo está realmente, tío Ezequiel.

EZEQUIEL.- ¡Vaya! Menos mal. Eso me tranquiliza.

CLOTILDE.- ¡Qué cosa tan desagradable, Dios mío! Tiene usted mordeduras, ¿verdad?

EZEQUIEL.- Sí, tengo de todo.

CLOTILDE.- ¡Claro! Si Micaela le echó encima a "Caín" y "Abel".

FERNANDO.- ¿Te han mordido los perros, tío?

EZEQUIEL.- ¿Los perros? No. Aquella señora. (Señala a Micaela.) Los perros no hacían más que ladrar, los animalitos. Pero aquella señora... Sujetadla bien, que no vuelva.

CLOTILDE.- No tenga cuidado, que estoy yo aquí.

EZEQUIEL.- También estaba usted antes... ¡y ya ha visto!

FERMÍN.- No tema señor. Ahora la vigilo yo.

FERNANDO.- Pero, ¿cómo ha podido ocurrir? Yo te hacía en el cine...

EZEQUIEL.- Me marché aburrido, y me dio la idea de venir a buscarte...

FERNANDO.- ¿A buscarme? ¿Y para qué tenías que venir a buscarme?

EZEQUIEL.- Te habías ido del cine tan excitado... Y por si tenías algún otro disgusto con Mariana, para consolarte y hacerte compañía.

FERNANDO.- ¡Ah! Sí, sí...

EZEQUIEL.- Llegué; iba a llamar cuando vi que se habían dejado la verja abierta, y entonces entre...

CLOTILDE.- Yo, yo... Yo, que... había bajado... porque me dolía mucho la cabeza..., pues le encontré de manos a boca.

EZEQUIEL.- Y estábamos hablando cuando surgió esa señora con los dos hijos de Adán. Se me echaron los tres encima, y...

CLOTILDE.- Es Micaela, la hermana de Edgardo.

FERNANDO.- La que no sale de su cuarto por el día.

EZEQUIEL.- Y la que colecciona búhos.

FERNANDO.- ¡Pobre señora! Voy a saludarla.

EZEQUIEL.- Ten cuidado, que muerde.


En la década de los cincuenta aparece el teatro de denuncia, cuya temática gira en torno a la injusticia social y a las míseras condiciones de vida.

Nació en Guadalajara en 1916. Comenzó a estudiar pintura; la guerra interrumpió sus estudios que no volvió a reanudar. A partir de 1946 se dedicó a escribir teatro. En 1949 obtuvo el Premio Lope de Vega con su obra "Historia de una escalera", que se estrenó con gran éxito. Consiguió varias veces el Premio Nacional de Teatro y en 1986, el Premio Cervantes, máximo galardón de las letras españolas.

Son obras importantes: Historia de una escalera, donde presenta a unas familias modestas que siempre sufren fracasos en todos sus deseos y sueños; El concierto de San Ovidio, donde plantea el problema de la explotación del hombre y su lucha por alcanzar la libertad; Un soñador para un pueblo; Hoy es fiesta; Las Meninas; Palabras en la arena; En la ardiente oscuridad; Aventura en lo gris; La Tejedora de sueños; Casi un cuento de hadas; La señal que se espera; Irene o el tesoro; Madrugada; Las cartas boca abajo.

Intercesión a favor de un protegido (Antonio Buero Vallejo)
A continuación puedes leer un fragmento de Un soñador para un pueblo, obra en la que se presenta el fracaso de Esquilache, ministro de Carlos III, en su intento de mejorar la vida del pueblo español. El autor utiliza un hecho histórico para hacer una reflexión sobre el presente.

En la escena, el Duque de Villasanta se presenta ante Esquilache para interceder en favor de un amigo suyo. Los personajes de enfrentan ideológicamente ya que Esquilache es reformador y progresista y el Duque es conservador.

ESQUILACHE.- De ningún modo. Usía debe exponerme su asunto. (Vacilación de Villasanta.) ¿Tendré que recordarle que está en mi casa?

(Le indica el sillón.)

VILLASANTA.- (Suspira y se sienta.) Se trata de una reposición. El hijo del capataz de mi finca de Extremadura prestaba sus servicios en el despacho de Hacienda y lo echaron en la última reducción de personal. Se había casado aquí... Era su único medio de vida...

ESQUILACHE.- ¿No podría usía facilitarle algún otro en Extremadura?

VILLASANTA.- Usía dijo que deseaba atender mi petición.

ESQUILACHE.- (Se sienta.) Consideremos el asunto, duque. La reducción del personal era una medida necesaria. Las oficinas públicas se ahogaban bajo el peso de tanto... protegido. Son gentes que nunca debieron salir de sus pueblos. Usía pensará que se puede hacer una excepción, pero habría que hacer tantas... Casi todos los expulsados eran... protegidos.

VILLASANTA.- De modo que se niega usía.

ESQUILACHE.- Lo deploro sinceramente.

VILLASANTA.- (Después de un momento.) He debido recordar que en estos tiempos los favores se reservan para otros. A nosotros se nos dedican ya solamente bellas palabras fingidas.

ESQUILACHE.- (Ríe levemente.) ¿Me acusa de hipócrita? (Se levanta y pasea.) Pues bien è vero. Pero ¿qué es un hipócrita? Pues un desdichado que sólo acierta a tener dos caras. En el fondo, un ser que disimula mal, a quien insultan con ese epíteto los que disimulan bien. El hipócrita Esquilache tiene que mentir, pero miente mal y es detestado. No es uno de esos hombres encantadores que tienen una cara para cada persona: él sólo tiene dos y se le transparenta siempre la verdadera... (Grave.) La verdadera es la de un hombre austero que, si entra en el juego de las dádivas y de los halagos, nada quiere para sí. La de un hombre capaz de enemistarse con toda la nobleza española si tiene que defender cualquier medida que pueda aliviar la postración de un país que agonizaba.

VILLASANTA.- Y que tiene que afrancesarse para revivir, ¿no?

ESQUILACHE.- Por desgracia, es verdad. ¿Cree que soy enemigo de lo español? He aprendido a amar a esta tierra y a sus cosas. Pero no es culpa nuestra si sus señorías, los que se creen genuinos representantes del alma española, no son ya capaces de añadir nueva gloria a tantas glorias muertas...

VILLASANTA.- ¿Muertas?

ESQUILACHE.- Créame, duque: no hay cosa peor que estar muerto y no advertirlo. Sus señorías lamentan que sus principales ministros sean extranjeros, pero el rey nos trajo consigo de Italia porque el país nos necesitaba para levantarse. Las naciones tienen que cambiar si no quieren morir definitivamente.

VILLASANTA.- ¿Hacia dónde? ¿Hacia la Enciclopedia? ¿Hacia la "Ilustración"? ¿Hacia todo eso que sus señorías llaman "las luces"? Nosotros lo llamamos, simplemente, herejía.

ESQUILACHE.- (Se estremece.) No hay hombre más piadoso que el rey Carlos y usía sabe que no toleraría a su lado a quien no fuese un ferviente católico.

VILLASANTA.- Sin duda por eso han apagado sus señorías las hogueras del Santo Oficio.

ESQUILACHE.- (Después de un momento.) Hemos apagado (Recalca.) cristianamente las hogueras del Santo Oficio porque nuestra época nos ha enseñado que es monstruoso quemar vivo a un ser humano, aunque sea un hereje. El infierno es un misterio de Dios, duque: no lo encendamos en la tierra.

VILLASANTA.- Blanduras, marqués. Blanduras tras las que se agazapan la incredulidad, y que nos traerán lo peor si no lo cortamos a tiempo.

ESQUILACHE.- ¿Lo peor?

VILLASANTA.- (Se levanta.) La desaparición en España de nuestra Santa Religión.

ESQUILACHE.- (Ríe.) Mal confía en ella si cree que puede desaparecer tan fácilmente. Le aseguro que dentro de uno o dos siglos, a los más intransigentes católicos no se les ocurrirá ni pensar en quemar por hereje a un ser humano. Y no por eso la religión habrá desaparecido. Puede que esos católicos se crean sucesores directos de sus señorías; pero en realidad serán nuestros sucesores. Y ése es todo el secreto: nosotros marchamos hacia adelante y sus señorías no quieren moverse. Pero la Historia se mueve.

VILLASANTA.- Es fácil hablar del futuro sin conocerlo.

ESQUILACHE.- Como usía, aventuro mis pronósticos. ¿Quiere que le dé otro?

VILLASANTA.- (Leve inclinación irónica.) Será un placer.

ESQUILACHE.- El que no quiera cambiar con los cambios del país se quedará solo.

VILLASANTA.- (Ríe.) No será otro acto de hipocresía, marqués...

ESQUILACHE.- ¿Por qué iba a serlo?

VILLASANTA.- Vamos, señor ministro. Supongo que no ignora que el pueblo está arrancando los bandos de capas y sombreros. No parece que quiera cambiar mucho...

(El Cesante entra por la segunda derecha y va a pasar de largo. Repara en algo que hay en la pared donde pegaron el bando y se vuelve a leerlo, muy interesado. El Ciego no se mueve, pero sonríe.)

ESQUILACHE.- (Después de un momento.) El pueblo sabe aún muy poco... Y quizá es ahora fácil presa de perturbadores sin ocupación... Tal vez de protegidos sin trabajo. (Se miran fijamente. Esquilache agita dos veces la campanilla y dice secamente.) Siento no poder atender a su petición, duque. No sería honesto.


Nació en Córdoba en 1936, en una familia que le permite un amplio acceso a la cultura. Es licenciado en Filosofía y Letras, Derecho y Ciencias Políticas y Económicas. Posee una cultura humanística muy sólida y extensa. Antes de escribir teatro publicó obras en prosa y en verso.

Sus obras tienen un lenguaje muy cuidado y sonoro. Destacamos: Los verdes campos del Edén; Anillos para una dama; ¿Por qué corres, Ulises?; Las cítaras colgadas de los árboles; El sol en el hormiguero; Noviembre y un poco de yerba; Los buenos días perdidos.

Los buenos días perdidos (Antonio Gala)
Puedes leer un fragmento de esta obra que establece una situación dialogada entre una madre, su hijo el sacristán, que fue expulsado del seminario por su incapacidad, la mujer de éste, tonta y bondadosa procedente del mundo del circo y un cuarto personaje, antiguo compañero de seminario del sacristán, que irrumpe en la familia y remueve el lodazal en el que está sumida. Su influencia sobre cada uno de los personajes hará que se modifiquen sus tristes destinos.

Consuelito se suicidará, Cleofás al final tomará conciencia de su situación degradada y la madre (Hortensia) quedará sumida en un callejón sin salida al que la han llevado sus egoísmos. Lorenzo, el compañero del sacristán, se acabará descubriendo como un chulo vulgar, al que Gala retrata con suma crueldad y dureza.

La degradación de los personajes ocurre en un espacio escénico más degradado todavía: la antigua capilla de Santo Tomé situada en una iglesia del siglo XVI y convertida burdamente en vivienda del sacristán. En la vivienda, el sacristán presta servicios de peluquería para compensar la pequeñez de su sueldo. La casa está llena de electrodomésticos y muebles de formica de mal gusto con el objetivo de producir dentera al público sólo con verlo.

El fragmento que va a continuación es el principio de la obra y se conocen Lorenzo y Consuelito. Consuelito esta sentada escarchando con plata unas estrellas de cartón para venderlas. Lorenzo entra sin que ella lo note, la mira, sube al campanario y hace sonar las campanas. Baja, se miran y Lorenzo se va acercando a Consuelito.

LORENZO.- Buenos días.

(Consuelito responde con un sonido vago y asustado, y se deja caer sobre su silla. Lorenzo para tranquilizarla, inicia un gesto de apoyar la mano en la cabeza semiplateada de Consuelito. Ella se encoge de hombros, como quien espera un golpe. Lorenzo aparta la mano.)

CONSUELITO.- No; no quite usted la mano todavía. (Pausita.) Ya puede. Gracias.

LORENZO.- ¿Qué hace?

CONSUELITO.- (Todavía nerviosa.) Estrellas... ¿O no parecen estrellas?

LORENZO.- (Con la mano en la oreja derecha.) ¿Cómo?

CONSUELITO.- De Navidad.

LORENZO.- Pero si ya estamos en enero.

CONSUELITO.- Son para la que viene.

LORENZO.- ¿Qué? Yo soy un poco duro de este oído.

CONSUELITO.- (Congraciándose.) Hace usted muy requetebién. Los lunes, miércoles y viernes, mi padre también oía fatal. (Busca la estrella que estaba haciendo.)

LORENZO.- Su padre, ¿quién es?

CONSUELITO.- Un sinvergüenza.

LORENZO.- ¿Son para la parroquia?

CONSUELITO.- No, señor. Para el público en general. Las más grandes, a doce. Las otras, a tres.

LORENZO.- ¿Cuántas tiene ya?

CONSUELITO.- Doscientas veinticinco. (Sacándose de debajo la extraviada.) Bueno, doscientas veinticuatro.

LORENZO.- ¿Me vende una de las pequeñas?

CONSUELITO.- ¿Al por menor?

LORENZO.- Si compro dos, ¿criarán de aquí a diciembre?

CONSUELITO.- No, señor; qué más quisiera yo. Las estrellas son como los mulos: estériles. Tome usted ésta que está muy terminadita... (Va tomando confianza en medio de su nerviosismo.) Antes hacía pelucas. Pero me salían así, un poco raras de este lado. Y doña Hortensia decía que estropeaba mucho pelo echándolo en la sopa.., pero el de la sopa era pelo de cliente. (Señala al sillón de barbero.) No de mis pelucas... Esto de la escarcha es más limpio.

LORENZO.- Trabaja usted muy de prisa.

CONSUELITO.- A ver, la costumbre. Tengo una gana de que llegue otra vez Navidad. En Navidad está la casa tan despejada, sin una estrella... Da gusto verla.

LORENZO.- Tiene usted un pelo precioso.

CONSUELITO.- ¡Huy, precioso! Pero qué dicharachero es usted... Como no me compran aguarrás me tengo que limpiar las manos en la cabeza. Pareceré una fulana a lo mejor.

LORENZO.- ¿Cómo?

CONSUELITO.- Una fulana, una zurriburri.

LORENZO.- ¿Quién?

CONSUELITO.- Yo.

LORENZO.- ¿Que usted es una fulana?

CONSUELITO.- Hijo, usted no tiene un poco duro el oído.

LORENZO.- Si lo sabré yo...

CONSUELITO.- A usted lo que le pasa es que está como una tapia... Y, a todo esto, ¿usted quién es?

LORENZO.- El que ha tocado el ángelus.

CONSUELITO.- Pero ¿por dónde ha llegado usted al campanario? Si no hay más escalera que ésta...

LORENZO.- He bajado del cielo.

CONSUELITO.- Pues ha hecho usted muy mal. Porque lo que es aquí... (Hace una pedorreta despectiva.)

LORENZO.- (con la mano en el oído.) ¿Qué?

CONSUELITO.- Que... (Vuelve a hacer la pedorreta.) Ay, que sordera más tonta... Ahora, hay que ver lo bien que toca usted. Claro que no será de oído porque... Cuánta compañía hacen las campanas, ¿verdad? Yo, de chica, quería ser cigüeña. Desde que llegué aquí lo tengo dicho: esta parroquia, sin campanero, no hace carrera... Las cosas necesitan...

LORENZO.- (Interrumpiéndola.) ¿Usted no es de aquí?

CONSUELITO.- Yo, no señor. Qué asco. (A lo suyo.) Las cosas necesitan su publicidad. Ya ve usted: es el circo que, ¿a quién no le gusta el circo?, y hace su cabalgata. Cuanto más esto de la iglesia, que siempre es menos divertido... ¿No será usted de un circo? A mí, donde se ponga un charivari. Un buen funeral tampoco es feo, pero donde se ponga un charivari, con su elefante, las mujeres medio en cueros, su malabarista...

LORENZO.- ¿Usted de dónde es?

CONSUELITO.- (Ofendida.) De ningún sitio. En mi familia todos hemos sido feriantes. Menos una tía abuela que salió monja... ¿Y usted?

LORENZO.- Mi padre era farero.

CONSUELITO.- ¡Huy, qué mascabrevas! Bueno, un faro y un campanario son casi iguales. Ya ve: ustedes a pararse; nosotros, a pendonear; de pipirijaina en pipirijaina... ¡La vida! (A lo suyo.) Al principio íbamos en una troupe. Mi madre era Zoraida. La partían en cuatro, dentro de una caja, con una sierra. Mi padre era el que la partía: un hipnotizador buenísimo. Pero un día quiso partirla de verdad y mi madre salió pegando gritos de la caja. A la mañana siguiente se había escapado con la domadora...

LORENZO.- ¿Su madre?

CONSUELITO.- ¡Mi padre! Tenía un cohete en el culo, por así decir.

LORENZO.- ¿La domadora?

CONSUELITO.- ¡Mi padre! Y lo seguirá teniendo, si no se lo han sacado.

LORENZO.- Pero ¿quién le puso el cohete?

CONSUELITO.- Hijo, es una manera de hablar. A ver qué se figura. Mi padre era muy hombre. Tan hombre, que hace quince años que llegamos aquí y aquí nos quedamos. Mi madre y yo, se entiende; más plantadas que un pino. Entonces, mi madre cogió y se estableció de vidente. Lo que ella decía: "Para adivinar el porvenir, lo mismo da un pueblo que otro."Lo que hay que saber es ponerse el turbante. Porque se ponía un turbante morado, mire usted, con un plumero aquí... Estaba de guapa...

LORENZO.- Usted también es muy guapa.

CONSUELITO.- ¡Qué disparate! A usted lo que le pasa es que es también artista.

LORENZO.- Bueno... Yo la veo muy guapa.

CONSUELITO.- Pues del oído, no sé. Pero lo que es de la vista, anda usted bueno.


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Actividades:


1ª.- Intenta recordar un chiste o situación graciosa. Planifica la escena, inventa los nombres de los personajes y escribe el texto teatral con las acotaciones para que se pueda representar.


2ª.- Escribe una pequeña escena teatral que ponga de manifiesto y critique algunos de los problemas que, según tu opinión, estemos sufriendo actualmente en nuestra sociedad.


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