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Los tres quejosos

Hartzenbusch

 

Qué mal (gritó la mona)

que estoy sin rabo!

¡Qué mal estoy sin astas!

Repuso el asno.

Y dijo el topo:

Más debo yo quejarme,

que estoy sin ojos.

 

 

No reniegues, Camilo, de tu fortuna;

que otros podrán dolerse más de la suya.

Si se repara, nadie en el mundo

tiene dicha colmada.

la verdad sospechosalos dos gorriones

fábulas literarias

 

Mª Lourdes García Jiménez