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Pero al margen de esta sensación vaga de que algo muy grave puede suceder, un análisis riguroso del estado del mundo señala unas fisuras inquietantes: |
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- El daño ecológico que se está produciendo y
los desequilibrios que se originan: calentamiento, reducción de
la capa de ozono, contaminación mortal de las aguas, del aire
y de los terrenos, agotamiento de las reservas naturales…
- El descontrol en la situación en que se encuentra
el material nuclear, tras la guerra fría, tanto militar como el
de centrales nucleares obsoletas, y el peligro de las experimentaciones
secretas con armas biológicas y químicas.
- El aumento de la brecha entre un mundo rico
y un mundo pobre.
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Así son ahora los
rostros con que se presenta el miedo ancestral del hombre ante la
catástrofe, pero a lo largo de la historia ha tenido otros bien distintos.
Sin embargo, todos ellos con un denominador común: el sentimiento
de culpabilidad que va unido a la catástrofe; siempre el hombre se
siente culpable del daño sufrido.
La catástrofe tiene los siguientes elementos definitorios:
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- Amenaza con la extinción de una comunidad, cultura, civilización,
o de la especie.
- Se anuncia con unos síntomas que pasan desapercibidos o no provocan la reacción necesaria.
- No sólo provoca extinción, sino que puede originar la emergencia
de lo nuevo. Posibilidades nuevas que no pueden brotar por la
resistencia de lo establecido y que la catástrofe hace desaparecer.
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