Novela de posguerra
Los novelistas de esta época intentan salir del letargo cultural de los años que siguieron a la guerra civil. Se pueden estructurar tres etapas:
- Década de los años cuarenta.
- Novela social (1950-1960).
- Nuevas tendencias (a partir de 1960).
Década de los años cuarenta
Los autores rompen el silencio de los primeros años de la posguerra.
Nació en Barcelona en 1921. En 1945 con su primer libro, Nada, obtuvo el Premio Nadal. La publicación de esta obra supuso uno de los hitos fundamentales de la reciente historia de la literatura española. Revitalizó la creación narrativa dentro del país, tras el trágico paréntesis de la guerra, al narrar la vida cotidiana de una adolescente en Barcelona. Una vida rodeada de sordidez en el seno de una familia, en la que la violencia física y verbal eran moneda corriente, y de la tristeza de una ciudad gris. A través de la amistad aparecerá la esperanza, en la que estará finalmente la salvación de Andrea, la protagonista. Por primera vez se reflejan en una novela escrita en España las consecuencias de la guerra civil. Es un relato autobiográfico en el que la autora describe la realidad cotidiana con un estilo crudo y un tono cargado de tristeza.
También publicó otras obras: La isla y los demonios, La mujer nueva, La insolación.
Por dificultades en
el último momento para adquirir billetes, llegué a
Barcelona a medianoche, en un tren distinto del que
había anunciado, y no me esperaba nadie. Era la primera noche que viajaba sola, pero no estaba asustada; por el contrario, no parecía una aventura agradable y excitante aquella profunda libertad en la noche. La sangre, después del viaje largo y cansado, me empezaba a circular en las piernas entumecidas y con una sonrisa de asombro miraba la gran estación de Francia y los grupos que estaban aguardando el expreso y los que llegábamos con tres horas de retraso. El olor especial, el gran rumor de la gente, las luces siempre tristes, tenían para mí un gran encanto, ya que envolvía todas mis impresiones en la maravilla de haber llegado por fin a una ciudad grande, adorada en mis ensueños por desconocida. Empecé a seguir -una gota entre la corriente- el rumbo de la masa humana que, cargada de maletas, se volcaba en la salida. Mi equipaje era un maletón muy pesado -porque estaba casi lleno de libros- y lo llevaba yo misma con toda la fuerza de mi juventud y de mi ansiosa expectación. Un aire marino, pesado y fresco, entró en mis pulmones con la primera sensación confusa de la ciudad: una masa de casas dormidas; de establecimientos cerrados; de faroles como centinelas borrachos de soledad. Una respiración grande, dificultosa, venía con el cuchicheo de la madrugada. Muy cerca, a mi espalda, enfrente de las callejuelas misteriosas que conducen al Borne, sobre mi corazón excitado, estaba el mar. |
Esta novela de Camilo José Cela, también pertenece a esta época. Con ella, el autor inaugura la llamada literatura tremendista, en la que nos describe con un lenguaje crudo y desgarrado la violencia, el crimen y la lucha por la existencia
Esta novela es el relato autobiográfico de un condenado a muerte por homicidio. |
Tenía un perrilla
perdiguera -la Chispa-, medio ruin, medio bravía, pero
que se entendía muy bien conmigo; con ella me iba muchas
mañanas hasta la Charca, a legua y media del pueblo
hacia la raya de Portugal, y nunca nos volvíamos de
vacío para la casa. Al volver, la perra se me adelantaba
y me esperaba siempre junto al cruce; había allí una
piedra redonda y achatada como una silla baja, de la que
guardo tan grato recuerdo como de cualquier persona;
mejor, seguramente, que el que guardo de muchas de ellas.
(...) La perrilla, se sentaba enfrente de mí, sobre sus
dos patas de atrás, y me miraba, con la cabeza ladeada,
con sus dos ojillos castaños muy despiertos; yo le
hablaba y ella, como si quisiera entenderme mejor,
levantaba un poco las orejas; cuando me callaba
aprovechaba para dar unas carreras detrás de los
saltamontes, o simplemente para cambiar de postura.
Cuando me marchaba, siempre, sin saber por qué, había
de volver la cabeza hacia la piedra, como para
despedirme, y hubo un día que debió parecerme tan
triste por mi marcha, que no tuve más suerte que volver
mis pasos a sentarme de nuevo... La perra volvió a
echarse frente a mí y volvió a mirarme; ahora me doy
cuenta de que tenía la mirada de los confesores,
escrutadora y fría, como dicen que es la de los
linces... Un temblor recorrió todo mi cuerpo; parecía
como una corriente que forzaba por salirme por los
brazos. El pitillo se me había apagado; la escopeta de
un solo caño, se dejaba acariciar, lentamente, entre mis
piernas. La perra seguía mirándome fija, como si no me
hubiera visto nunca, como si fuese a culparme de algo de
un momento a otro, y su mirada me calentaba la sangre de
las venas de tal manera que se veía llegar el momento en
que tuviese que entregarme; hacía calor, un calor
espantoso, y mis ojos se entornaban dominados por el
mirar, como un clavo, del animal... Cogí la escopeta y disparé; volví a cargar y volví a disparar. La perra tenía una sangre oscura y pegajosa que se extendía poco a poco por la tierra. |
La novela social
Hacia 1950 aparece una novela de protesta ante la injusticia y la desigualdad. Los escritores denuncian en sus obras las situaciones que no les agradan.
Nació en Padrón (La Coruña) en 1916. Inició varias carreras universitarias pero no acabó ninguna. Después de una larga enfermedad durante la que leyó con intensidad, se dedicó por completo a la literatura. En 1957 fue elegido miembro de la Real Academia de la Lengua. En 1989 le fue concedido el premio Nobel de Literatura.
Cela tiene una habilidad especial para la descripción rápida y pintoresca de tipos, ambientes y paisajes. Es notable su humor negro y su capacidad para la caricatura deformante. Su estilo literario es brillante. En su obra la palabra pasa a primer plano por sus posibilidades estéticas. Cela domina la lengua de tal manera, que siempre dice lo que quiere decir con absoluta precisión sin que falte expresividad y gracia.
Después de La familia de Pascual Duarte publicó su mejor novela: La colmena, en la que nos da una panorámica de la vida miserable del Madrid de la posguerra. Más de trescientos personajes desfilan por sus páginas y son analizados minuciosamente por el autor, algunas veces de forma despiadada y otras de forma tierna y compasiva. Otros libros importantes son: Viaje a la Alcarria, Judíos, moros y cristianos, Apuntes carpetovetónicos.
A continuación tienes un fragmento de "Viaje a la Alcarria", uno de los libros de viajes del autor. Cela es el viajero que va contando pequeñas anécdotas y describiendo los paisajes y las gentes de los pueblos por donde pasa. |
El viajero va con su
ayudante, con el niño del pelo azafrán al lado. El
niño le había dicho: -¿Me permite que le acompañe unos hectómetros? El viajero, que siente una admiración sin límites por los niños redichos, le había respondido: -Bien; te permito que me acompañes unos hectómetros. Ya en la carretera, el viajero se para en un regato, a lavarse un poco. El agua está fresca, muy limpia. -Es un agua muy cristalina, ¿verdad? El viajero descuelga la mochila y se desnuda de medio cuerpo. El niño se sienta en una piedra a mirarle. -No es usted muy velludo. - Pues no... Más bien no. El viajero se pone en cuclillas y empieza a refrescarse las manos. -¿Va usted muy lejos? El niño destapa la jabonera y se la acerca. Es un niño muy obsequioso. -¡Pues anda, que como vaya usted muy lejos con este calor! -A veces hace más, dame la toalla. El niño le da la toalla. El viajero mientras se seca, decide pasar a la ofensiva. -No, no soy de Madrid, ¿Cómo te llamas? -Armando, para servirle, Armando Mondéjar López. -¿Cuántos años tienes? -Trece. -¿Qué estudias? -Perito. -Perito... ¿qué? -Pues perito... perito. -¿Qué es tu padre? -Está en la Diputación. -¿Cómo se llama? -Pío -¿Cuántos hermanos tienes? -Somos cinco: cuatro niños y una niña. Yo soy el mayor. -¿Sois todos rubios? -Sí, señor. Todos tenemos el pelo rojo; mi papá también lo tiene. En la voz del niño hay como una vaga cadencia de tristeza. El viajero no hubiera querido preguntar tanto. Piensa un instante, mientras guarda la toalla y el jabón y saca de la mochila tomates, el pan y un lata de "Foi-gras", que se ha pasado de rosca preguntando. -¿Cómenos un poco? -Bueno; como usted guste. El viajero trata de hacerse amable, y el niño, poco a poco, vuelve a la alegría de antes de decir: "Sí, todos tenemos el pelo rojo. Mi papá también lo tiene". El viajero le cuenta al niño que no va a Zaragoza, que va a darse una vueltecita por la Alcarria; le cuenta también de dónde es, cómo se llama, cuántos hermanos tiene. Cuando le habla de un primo suyo, bizco, que vive en Málaga y que se llama Jenaro, el niño va ya muerto de risa. Después le cuenta cosas de la guerra, y el niño escucha atento, emocionado, con los ojos muy abiertos. -¿Le han dado algún tiro? El viajero y el niño se han hecho muy amigos y, hablando, llegan al camino de Iriépal. El niño se despide. (...) El viajero echa a andar y el niño se queda mirando el borde de la carretera. Desde lejos, el viajero se vuelve. El niño le dice adiós con la mano. A pleno sol, el pelo le brilla como si fuera de fuego. El niño tiene el pelo hermoso, luminoso, lleno de encanto. Él cree lo contrario. |
Nació en Valladolid en 1920 donde ha permanecido toda su vida dedicado al periodismo, la enseñanza y la literatura. Ha sido Premio Nadal (1947), Premio Nacional de Literatura (1956), Premio Príncipe de Asturias (1982) y pertenece a la Real Academia de la Lengua desde 1975).
Delibes es un hombre honesto y equilibrado que critica sinceramente a la sociedad, pero lo hace con moderación y simpatía. En sus novelas trata los aspectos más sencillos de la vida cotidiana, los niños, la vida rural, la emoción por el paisaje...
Domina la expresión y es un narrador hábil. Su estilo es claro y vigoroso, matizado por ternura y cierta emoción lírica, especialmente en la descripción del paisaje.
Sus obras más importantes son: La sombra del ciprés es alargada; El camino, cuya temática es la vida rural; Cinco horas con Mario, monólogo de una mujer ante el cadáver de su marido; Los santos inocentes; Diario de un cazador; Las ratas; Aún es de día; El tesoro; Diario de un Jubilado; La hoja roja; Viejas historias de Castilla la Vieja.
A continuación tienes un fragmento de "Viejas historias de Castilla la Vieja", colección de relatos breves sobre la vida rural. Está narrado en primera persona por Isidoro, que, al volver al pueblo después de 48 años, va recordando paisajes, personas y escenas de su infancia en el pueblo. |
Cuando yo salí del
pueblo, hace la friolera de cuarenta y ocho años, me
topé con el Aniano, el Corsario, bajo el chopo del
Elicio, frente al palomar de la tía Zenona, ya en el
camino del Pozal de la Culebra. Y el Aniano se vino a mí
y me dijo: "¿Dónde va el Estudiante?". Y yo
le dije: "¡Qué sé yo! Lejos". "¿Por
tiempo?" dijo él. Y yo le dije: "Ni lo
sé". Y él me dijo con su servicial docilidad:
"Voy a la capital. ¿Te se ofrece algo?" Y yo
le dije: "Nada, gracias Aniano". Ya en el año cinco, al marchar a la ciudad para lo del bachillerato, me avergonzaba ser de pueblo y que los profesores me preguntasen (sin indagar antes si yo era de pueblo o de ciudad): "Isidoro ¿de qué pueblo eres tú?" Y también me mortificaba que los externos se dieran de codo y cuchichearan entre sí: "¿Te has fijado que cara de pueblo tiene el Isidoro?" o, simplemente, que prescindieran de mí cuando echaban a pies para disputar una partida de zancos o de pelota china y dijeran despectivamente: "Ése no; ése es de pueblo." Y yo ponía buen cuidado por entonces en evitar decir: "Allá en mi pueblo..." o "El día que regrese a mi pueblo", pero a pesar de ello, el Topo, el profesor de Aritmética y Geometría, me dijo una tarde en que yo no acertaba a demostrar que los ángulos de un triángulo valieran dos rectos: "Siéntate, llevas el pueblo escrito en la cara". Y a partir de entonces, el hecho de ser de pueblo se me hacía una desgracia, y yo no podía explicar cómo se cazan gorriones con cepos o colorines con liga, ni que los espárragos, junto al arroyo, brotaran más recios echándoles porquería de caballo, porque mis compañeros me menospreciaban y se reían de mí. Y toda mi ilusión, por aquel tiempo, estribaba en confundirme con los muchachos de ciudad y carecer de un pueblo que parecía que le marcaba a uno, como a las reses, hasta la muerte. Y cada vez que en vacaciones visitaba el pueblo, me ilusionaba que mis viejos amigos, que seguían matando tordas con el tirachinas y cazando ranas en la charca con un alfiler y un trapo rojo, dijeran con desprecio: "Mira el Isi; va cogiendo andares de señoritingo". Así, en cuanto pude, me largué de allí, a Bilbao, donde decían que embarcaban mozos gratis para el Canal de Panamá y que luego le descontaban a uno el pasaje de la soldada. Pero aquello no me gustó, porque ya por entonces padecía yo del espinazo y me doblaba mal y se me antojaba que no estaba hecho para trabajos tan rudos y, así de que llegué, me puse primero de guardagujas y después de portero en la Escuela Normal y más tarde empecé a trabajar las radios Philips que dejaban una punta de pesos sin ensuciarse uno las manos. Pero lo curioso es que allá no me mortificaba tener un pueblo y hasta deseaba que cualquiera me preguntase algo para decirle: "Allá, en mi pueblo, el cerdo lo matan así, o asao". O bien: "Allá en mi pueblo, los hombres visten traje de pana rayada y las mujeres sayas negras, largas hasta los pies". O bien: "Allá en mi pueblo, la tierra y el agua son tan calcáreas que los pollos se asfixian dentro del huevo sin llegar a romper el cascarón". O bien: "Allá, en mi pueblo, si el enjambre se larga, basta arrimarle una escriña agujereada con una rama de carrasco para reintegrarle a la colmena". Y empecé a darme cuenta, entonces, de que ser de pueblo era un don de Dios y que ser de ciudad era un poco como ser inclusero y que los tesos y el nido de la cigüeña y los chopos y el riachuelo y el soto eran siempre los mismos, mientras que las pilas de ladrillo y los bloques de cemento y las montañas de piedra de la ciudad cambiaban cada día y con los años no restaba allí un solo testigo del nacimiento de uno, porque mientras el pueblo permanecía, la ciudad se desintegraba por aquello del progreso y las perspectivas de futuro. |
Las nuevas tendencias
Hacia 1960 se intentan nuevas tendencias narrativas para la novela, utilizando un lenguaje más cuidado y presentando los aspectos íntimos y subjetivos de los personajes.
Nació en Larache (Marruecos) en 1924, pero vivió en San Sebastián desde 1929. Estudió Medicina en Salamanca y se doctoró en la Universidad de Madrid. Desde 1951 dirigió el Sanatorio Psiquiátrico de San Sebastián. Murió en Vitoria, en un accidente de coche, en 1964.
Su afición por escribir comenzó pronto. Publicó varios libros sobre psiquiatría y filosofía, pero su obra fundamental es la novela Tiempo de silencio (1962), que supera la estética de la novela social y se vale de las nuevas técnicas, como el uso de la segunda persona y el monólogo interior. La continuación, Tiempo de destrucción, quedó sin acabar. Es autor también de Apólogos, publicados después de su muerte.
Puedes leer un
fragmento de "Tiempo de silencio", novela
considerada como una de las mejores de la literatura
española contemporánea. La acción se desarrolla en Madrid. El protagonista es un médico joven, que vive en un modesta pensión y por su trabajo se relaciona con personas de distintas capas sociales madrileñas. El autor utiliza el sarcasmo para denunciar y manifestar el pesimismo que siente ante todos los problemas que afectan al hombre contemporáneo. En el fragmento que sigue, el autor describe con ironía la casa lujosa en la que vive Matías, un amigo suyo. Una forma de hacer comprender la repulsa que le merece la forma de vivir de la alta burguesía española. |
Estaba recubierto de
un alfombra áspera cuyos largos pelos, al pisar sobre
ellos, se doblaban hacia un lado. El portero grueso,
vestido de azul, con la cara roja, bien afeitado, se
precipitó con mansos saltos de balón de goma y les
abrió la puerta del ascensor inclinándose. En aquel
portal olía a un ozonopino perfeccionado distinto del de
los cines de barrio. El ascensor subía muy lentamente
sin ruido y en tres de sus lados había espejos. También
tenía una gruesa alfombra roja. En un extremo de la
cabina una pequeña banqueta forrada de terciopelo
ofrecía un descanso a los fatigados aeronautas. Alertado
por algún misterioso mecanismo no sonoro, la puerta del
ascensor fue abierta por un criado vestido con chaqueta
gris, estrecha, de botones metálicos. Este criado,
delgado y flexible, tenía el pelo rizado y los ojos
verdes. Se inclinó también, pero de otra manera que el
portero, haciendo con la boca un gesto que era a la vez
sonrisa y rictus irónico. Salmodió algunas palabras
confusas en que "señorito" aparecía y
desaparecía perdida entre otras más vagas. Parecía
poder inclinarse sin dejar de estar, al mismo tiempo, muy
estirado. La ajustada chaqueta gris le apretaba sobre
todo en el cuello que recogía adherentemente como los
uniformes de los botones de los hoteles y los de los
oficiales de algunos ejércitos ya desaparecidos. Con
soltura asombrosa logró cerrar las puertas interiores de
la cabina y las metálicas de la verja de la escalera y
situarse en la de la entrada de la casa (abriéndola de
par en par), mientras que ellos se deslizaban con paso
rápido a lo largo del descansillo en el que sobre la
alfombra fundamental, se había extendido una segunda
capa de una tela más clara con algún objeto, tal vez
protector, tal vez de refinamiento no asequible a pies
calzados con zapato no a-la-medida. Al andar, el criado
oscilaba sobre los ágiles tobillos y dejaba caer sus
manos péndulas con unos largos dedos prestos para
cualquier servicio inesperado, tal como colocar una
porcelana que ha resbalado fuera de su sitio, aproximar
un cenicero repentinamente necesario, apoderarse de una
prenda de abrigo, oprimir un interruptor subrepticiamente
oculto bajo una moldura dorada, señalar con un índice
sin anillos la dirección en que deberían desplazarse
los señoritos para alcanzar el lugar en que deseaban ser
depositados. Incluso para Matías -cuya la casa era- tenía que resultar el pasillo demasiado ancho y el criado demasiado ubicuo. Pedro se movía difícilmente envuelto por la magnificencia. Los grandes cortinones parecían arropar un aire específico impidiendo que se introdujera el vulgar aire de la calle impurificado por miasmas. Las lámparas indirectas daban su luz refleja tras haberla hecho chocar contra unos viejos óleos de los que su intensidad parecía levantar la pátina y craquelarla más rápidamente que el paso del tiempo ordinario. Al final del largo corredor se abrían unos salones semejantes por sus dimensiones al refectorio de un convento, pero que en lugar de mostrar la larga escualidez de las mesas de mármol blanco, ostentaban unos sillones de cuero aptos para recibir cómodamente los cuerpos de gigantes sobrevivientes de la edad del hierro, ante los que mesas ridículamente pequeñas, bajas, chatas, paticortas acumulaban objetos de difícil descripción y revistas ilustradas en lengua inglesa. |
Novela en el exilio
Muchos escritores tuvieron que salir de España como consecuencia de la guerra y continuaron publicando sus obras en otros países.
Nació en Alcolea del Cinca (Huesca) en 1902. Comenzó a escribir muy joven, dedicándose fundamentalmente al periodismo. En 1935 fue Premio Nacional de Literatura. Se exilió a raíz de la guerra civil y vivió en varios países americanos, especialmente en Méjico y Estados Unidos. Murió en San Diego, California, el 16 de enero de 1982.
Siguió escribiendo incansablemente fuera de nuestro país, consolidando su fama de gran escritor. Siempre fue un escritor comprometido, es decir, un hombre cuya capacidad crítica y sentido de la justicia hicieron que tomara una postura de descontento y protesta contra una realidad desagradable que era necesario cambiar.
Entre sus obras destacan: Crónica del alba, Réquiem por un campesino español, Siete domingos rojos, Mr. Witt en el Cantón.
El texto pertenece a
la novela "Réquiem por un campesino español",
en la que se nos cuenta un episodio dramático ocurrido
en un pueblo aragonés durante la guerra civil española.
La novela, que es muy corta, está construida
retrospectivamente a partir del momento en que Mosén
Millán, párroco del pueblo, se dispone a decir una misa
de réquiem por el alma de Paco el del Molino, asesinado
en los revueltos días del comienzo de la guerra.
Mientras espera en la sacristía el comienzo de la
ceremonia, el sacerdote va recordando la vida y la muerte
del joven al que vio nacer y quiso como un hijo. El fragmento pertenece al comienzo de la novela, cuando recuerda el bautizo del protagonista. |
Recordaba Mosén
Millán el día que bautizó a Paco en aquella misma
iglesia. La mañana del bautizo se presentó fría y
dorada, una de esas mañanitas en que la grava del río
que habían puesto en la plaza durante el Corpus,
crujía de frío bajo los pies. Iba el niño en brazos de
la madrina, envuelto en ricas mantillas, y cubierto por
un manto de raso blanco, bordado en sedas blancas,
también. Los lujos de los campesinos son para los actos
sacramentales. Cuando el bautizo entraba en la iglesia,
las campanitas menores tocaban alegremente. Se podía
saber si el que iban a bautizar era niño o niña. Si era
niño, las campanas -una en un tono más alto que otra-
decían: no és nena, que és nen; no és nena, que
és nen. Si era niña cambiaban un poco, y decían: no
és nen, que és nena; no és nen, que és nena. La
aldea estaba cerca de la raya de Lérida, y los
campesinos usaban a veces palabras catalanas. Al llegar el bautizo se oyó en la plaza vocerío de niños, como siempre. El padrino llevaba una bolsa de papel de la que sacaba puñados de peladillas y caramelos. Sabía que, de no hacerlo, los chicos recibirían al bautizo gritando a coro frases desairadas para el recién nacido, aludiendo a sus pañales y a si estaban secos o mojados. Se oían rebotar las peladillas contra las puertas y las ventanas y a veces contra las cabezas de los mismos chicos, quienes no perdían el tiempo en lamentaciones. En la torre las campanitas menores seguían tocando: no és nena, que és nen, y los campesinos entraban en la iglesia, donde esperaba Mosén Millán ya revestido. Recordaba el cura aquel acto entre centenares de otros porque había sido el bautizo de Paco el del Molino. Había varias personas enlutadas y graves. Las mujeres con mantilla o mantón negro. Los hombres con camisa almidonada. En la capilla bautismal la pila sugería misterios antiguos. |
Recuerda que un comentario de textos no consiste solamente en explicar con tus palabras lo que escribe el autor; sino profundizar en el estudio del texto de que se trate. |
Lectura y comprensión del texto
1ª.- Lee con mucha atención el texto que va a continuación hasta que lo entiendas perfectamente. Utiliza el diccionario si es necesario.
Doña
Rosa va y viene por entre las mesas del Café, tropezando
a los clientes con su tremendo trasero. Doña Rosa dice
con frecuencia "leñe" y "nos ha
merengao". Para doña Rosa, el mundo es un Café, y
alrededor de su Café, todo lo demás. Hay quien dice que
a doña Rosa le brillan los ojillos cuando viene la
primavera y las muchachas empiezan a andar de manga
corta. Yo creo que todo eso son habladurías: doña Rosa
no hubiera soltado jamás un buen amadeo de plata por
nada de este mundo. Ni con primavera ni sin ella. A doña
rosa lo que le gusta es arrastrar sus arrobas, sin más
ni más, por entre las mesas... Doña Rosa tiene la cara llena de manchas, parece que está siempre mudando la piel como un lagarto. Cuando está pensativa, se distrae y se saca virutas de la cara, largas a veces como tiras de serpentinas. Después vuelve a la realidad y se pasea otra vez, para arriba y para abajo, sonriendo a los clientes, a los que odia en el fondo, con sus dientecillos renegridos, llenos de basura... |
2ª.- Escribe el significado de las siguientes palabras.
Trasero | |
Habladuría | |
Arroba | |
Viruta |
Autor
3ª.- Escribe un resumen de la vida y la obra del autor del texto.
Tema
4ª.- Escribe el tema del texto justificándolo con palabras del mismo..
5ª.- Justifica si el texto se puede estructurar en partes y el tema de cada una.
Partes | Texto que ocupa | Tema predominante | Justificación |
Canal
6ª.- Completa el cuadro que describe de qué se vale el autor para expresarse. Marca con una "X" donde corresponda.
|
|
Código
7ª.- Completa el cuadro anotando las expresiones que reflejan el doble aspecto del retrato de doña Rosa.
Aspecto físico | Aspecto moral |
8ª.- Escribe las expresiones familiares que encuentres.
Receptor
9ª.- Escribe la impresión que te ha causado el texto y el personaje. Reflexiona sobre cómo ve el autor el personaje y la razón que tendría para verlo de esa manera.