Durante el reinado de Victoria I (1837-1901), Inglaterra fue indiscutiblemente la primera potencia mundial.
El liderazgo en la industria y los negocios coloniales, el dominio de los mares, su brillante alta sociedad, su dinámica clase media que aspiraba a emular a la aristocracia, una clase obrera cada vez más colaboradora, ofrecían un espectáculo tan envidiado que las costumbres inglesas se extendieron, al igual que sus productos, por todo el planeta.
Su
parlamentarismo era particularmente ejemplar. Dos cámaras y
dos partidos turnantes equilibrados por una monarquía cuyo papel
moralizante mantenía unido a un enorme y variopinto imperio.
El problema irlandés fue la principal sombra
en la política inglesa del cambio del siglo XIX al XX. La violencia
y las protestas culminaron con la independencia de Irlanda en
1921.
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