«Sólo hay un maestro aquí: Corot. Los demás no somos nada comparados con él, nada.»
Claude Monet, 1897
Hacia 1850 se puede apreciar un ligero cambio en el estilo de Corot, cediendo al lirismo romanticista que le lleva a pintar paisajes brumosos con motivos mitológicos. Paralelamente, su paleta se volvió más oscura que en su primera época, con predominio de los tonos verdosos y grisáceos.
El enorme éxito que obtuvo en la Exposición Universal de París de 1855 le animó a abandonar el fresco realismo de su primera época en favor de paisajes poblados de diosas, ninfas, u otras criaturas fantásticas, envueltas en vaporosas atmósferas que contrastan con la frescura de su primera época.
En la etapa final de su vida también probó con otros temas, particularmente con retratos o desnudos femeninos, cuando su salud le impedía las salidas para tomar bocetos o apuntes al aire libre.
Corot, a medio camino entre el Neoclasicismo francés y el Impresionismo que habría de llegar durante el último tercio del s.XIX, no apreciaba particularmente las obras de las nuevas generaciones. El tranquilo enfoque contemplativo, de temas mitológicos o de la antigüedad clásica, con bucólicas escenas de líricas criaturas característico de sus últimos años parece no encajar con el espíritu rupturista e innovador de Monet, Degas, o Renoir. A pesar de ello, mantuvo una buena amistad especialmente con Pissarro (quien le llegó a pedir consejo sobre el camino a seguir en su pintura), y era enormemente admirado por todos los maestros impresionistas. El grupo impresionista lo que más apreciaba de Corot (y lo que más influyó en su obra posterior) fue su capacidad (especialmente de su primera época) para captar con sencillez la naturaleza observada directamente.