Suavísima materia cenicienta
que, desde la sequedad,
perdura en la memoria de sí misma,
y puede aún sentir la luz
del sol, cayendo entre los mármoles desiertos,
ya nunca más de él,
y esta débil nostalgia de volver a la carne,
de ser de nuevo el sueño
que sufría.
Hubo una vez un sueño
y existía el amor, mordía el desamor,
y ese sueño es la vida:
un imposible siempre.
¿Y por qué este misterio que habita las cenizas?
Que nunca llegue el hálito de Dios
o del Azar,
y sople en la materia
donde el amor se acaba todavía.
Y si ha de suceder
que sea el dedo humano el que la extinga,
cesándola en la luz
destejida en el tiempo.