Al terminar la Primera Guerra Mundial, Europa había cambiado profundamente: "ya nada fue igual", como se dijo en su momento. Habían desaparecido grandes imperios como el ruso, el turco, el austro-húngaro y el alemán y en su lugar las fronteras estatales se intentaron adaptar a los límites nacionales.
También se remodelaron los imperios coloniales. Alemania perdió las posesiones extraeuropeas que había adquirido desde su unificación. No sólo los vencidos salieron perjudicados. Toda Europa tuvo que enfrentarse a una dura reconstrucción y a una posguerra en la que la dependencia económica de los Estados Unidos sería la nota dominante. Italia, que se había incorporado a los aliados en 1915, pese a que había tenido 700.000 bajas y a que su primer ministro, Vittorio E. Orlando, asistió a las conversaciones de la Paz de París, no recibió suficientes compensaciones territoriales ni económicas, lo que influyó en su posición en la Segunda Guerra Mundial.
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