La
primera industrialización destruyó progresivamente la forma
de vida tradicional de las clases populares. En el campo impuso
la emigración ante la ruina de las pequeñas explotaciones agrícolas,
y en las ciudades apenas pudieron subsistir unos pocos artesanos.
Una gran fragmentación social caracterizó el mundo occidental
durante el siglo XIX, de manera que podemos encontrar desde
nobles arruinados hasta esclavos, abundantes en las zonas de
plantación de América. En las ciudades europeas, la mayor parte
de la población o eran sirvientes o pasaron a engrosar la fuerza
de trabajo de las fábricas formando una clase nueva: el proletariado.
Sus
condiciones de trabajo, de alimentación, de vivienda, de salubridad,
contrastaban con la riqueza de la burguesía en ascenso. Si inicialmente
tanto patronos como obreros atribuyen la carestía, los bajos
salarios, las larguísimas jornadas, el trabajo de los niños...
a la guerra y a la crisis económica, muy pronto las masas trabajadoras
adquirirán "conciencia de clase" y adoptarán una posición rebelde
y reivindicativa. |