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Un modo de hacer saltar chispas y que prendieran permitió el primer control del fuego, la hoguera. Y con ella la luz, la defensa ante los ataques de animales y el cocinado de los alimentos, con los efectos fisiológicos y, también, de ampliación de la dieta, conservación y movilidad espacial.
Con el control del fuego llega el dominio de los metales: nuevos materiales, nuevas formas y funciones, nuevos poderes. Hornos para el pan y para la cerámica. El metal sale del fuego, pero tiempo más tarde el fuego saldrá del metal: la boca de un cañón; y el arte de la guerra cambia y las capacidades de destrucción aumentan. Y desde el XIX el fuego servirá para mover máquinas de todo tipo: las máquinas de vapor; y a continuación las chispas de la bujía, no del pedernal, originarán otro fuego controlado, ahora dentro de un cilindro de metal, y con ello el motor de explosión. La revolución de los transportes.
El fuego mimado como ascua que no se quiere que se apague, protegido dentro de una ampolla, traerá las sociedades sin noche: la luz eléctrica. Y el fuego casi infernal proyectado por una tobera abrirá la conquista del espacio y la revolución de las comunicaciones. Y seguimos empeñados en controlar el fuego, cada vez con combustibles más potentes: a partir de la II Guerra Mundial comenzamos a querer controlar el combustible nuclear, para la destrucción dantesca y para la producción de energía eléctrica, y ardieron Hiroshima, Nagasaki y Chernobil.
Y ahora estamos poniendo a punto el confinamiento de otro fuego: el que tienen las estrellas, el de la fusión nuclear; como una propuesta a la salida de la crisis ecológica y de suministro de la energía fósil. Para esta hoguera se necesitan chispas muchísimo más energéticas para arrancar la combustión y un sofisticado confinamiento magnético y no un círculo de piedras... Y el hombre sigue en cuclillas fascinado por el fuego. |
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PREHISTORIA
