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Fuego era el nombre que se utilizaba en ocasiones para designar el hogar en la Edad Media. A la hora de contar las familias que habían de cotizar en un impuesto, se aplicaba el nombre de fuegos para designarlas. Fuego y hogar en ese caso eran una misma cosa. Se identificaba así uno de los elementos de la naturaleza con la familia, entidad integradora del individuo. El fuego se consideraba elemento de vida, al proporcionar el calor y la luz necesarios para la existencia del hombre.
El hogar era el núcleo integrador de la familia, y el fuego que lo mantenía vivo podía también llevarlo a la muerte. Se temía al fuego por su carácter exterminador. Con el fuego podía desaparecer la casa, la hacienda, y toda la riqueza de un hogar. El fuego era un arma destructiva importante, y como tal fue utilizada por aquellos invasores que se empeñaban en devastar con saña. Su capacidad demoledora fue utilizada también para destruir no solo objetos, sino a los propios hombres, o a sus ideas, acabando con los soportes en los que estaban contenidas, convirtiéndose así en elemento purificador.
Fue tal el poder del fuego que se convirtió en fascinación mágica, y magos y alquimistas parecen hechizados ante él. El fuego es el elemento que se asocia a las divinidades estelares y también a lo que hay de divino en el hombre. Su fuerza lleva a los hombres a creer que puede ser elemento curativo, y rodearse de él o utilizarlo puede servir de barrera protectora contra el mal.
El terror que el fuego infundía al ciudadano medieval queda de manifiesto, en la representación del infierno y del purgatorio como lugares donde se usa el fuego como castigo de pecadores. La estancia en el infierno o en el purgatorio estaba reservada a los malos cristianos después de la muerte, pero esos mismos cristianos aplicaban la tortura del fuego como castigo para producir la muerte a los creyentes de otras religiones o a gentes cuyas creencias o conducta no parecían apropiadas en el mundo medieval cristiano.
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