Unos años antes de la época en la que se dieron a conocer los impresionistas, se crearon las condiciones para que cobrara fuerza una nueva moda procedente del extremo Oriente: la de las estampas japonesas de los maestros del ukiyo-e.
En 1854, el comodoro Matthew C. Perry pisó suelo japonés con lo que se abrieron los puertos japoneses al comercio occidental después de un aislamiento de 215 años (durante el cual sólo los holandeses tenían derechos comerciales con Japón). En los años siguientes proliferaron los tratados comerciales, y la influencia recíproca entre Japón y los países occidentales más industrializados comenzó a crecer.
Una de las consecuencias que tuvo esta apertura comercial de Japón sobre el mundo del arte fue la llegada y popularización de las estampas japonesas. Desde Millet o Theodore Rousseau hasta Degas o Van Gogh coleccionaban apasionadamente estas estampas del ukiyo-e. La palabra ukiyo significaba «mundo flotante» en japonés, y el sufijo «e» equivale a «pintura». Estos grabados comenzaron a popularizarse en Japón durante el s.XIX y representaban escenas cotidianas tratadas informalmente.
Desde el punto de vista plástico, en estas estampas se utilizaban principalmente grandes masas planas de color, con una casi completa ausencia de sombras, una despreocupación por la perspectiva, encuadres asimétricos de las escenas y una gran capacidad de síntesis por parte de los artistas para plasmar los temas.
Por tanto, este arte japonés ahondaba en algunos de los elementos que sugería la influencia de la fotografía, ya que los maestros del ukiyo-e se deleitaban plasmando en sus trabajos los sutiles cambio atmosféricos y luminosos que detectaban por efecto del viento o de la lluvia, o los fugaces momentos de cambios de postura o gestos en los personajes.
Si bien esta influencia está presente en el enfoque general que los impresionistas daban a su trabajo, en algunas obras concretas se plasma más visiblemente esta influencia. Por ejemplo, la Olimpia de Manet está recostada sobre un mantón oriental, y en un Retrato de Zola realizado por el mismo Manet en 1868 aparece colgada en la pared una estampa japonesa, lo mismo que hizo Van Gogh en un retrato de Père Tanguy, donde el fondo está cubierto de estas estampas. Monet llego incluso a tener, en su jardín de Giverny un puente japonés sobre un estanque que pintó en varias obras. Edgar Degas aprovechó su estudio de los maestros japoneses para aprender a capturar la espontaneidad de los personajes en sus habituales estudios de las posturas y movimientos del cuerpo humano.
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