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En las sociedades avanzadas de hoy, en las sociedades privilegiadas, estamos rodeados de productos incontables (desde una fruta hasta un aparato electrónico) que no tienen su origen en el lugar en que vivimos: pueden provenir de cualquier parte del mundo. Nos sorprenderíamos si nos dedicáramos a comprobar la procedencia de todas las cosas que tenemos a nuestro alcance: ¡cuántos kilómetros recorridos desde donde han sido cultivadas, elaboradas, manufacturadas...! El hombre no ha cesado de moverse por la superficie de la Tierra, pero, también, de ir siempre cargado de cosas.
El incansable caminar del hombre no ha sido sólo para extenderse y para alcanzar y poblar lugares alejados, sino para realizar viajes de ida y vuelta, en los que iba cargado de unos productos y volvía con otros. El resultado a lo largo de la Historia es una sorprendente red de cooperación de grupos humanos alejados, pero no ajenos, para intercambiar materias y productos.
Ese afán del hombre ha hecho posible que no quedara especializado dentro de un nicho natural y, por tanto, peligrosamente dependiente de la estabilidad de su entorno, de tal manera que un cambio lo dejara indefenso, sin recursos. A la vez, creaba una dependencia entre los hombres alejados por mares, montañas o grandes extensiones de terreno y agrupados en comunidades distintas, pues necesitaban a los otros para disponer de cosas que su entorno natural o sus conocimientos, habilidades u organización social no podían proporcionar.
Cierto es que, con frecuencia, estos intercambios han sido asimétricos, descompensados, forzados, y no en un régimen de igualdad, porque el hombre no ha evitado la tentación del uso de la fuerza para alcanzar los propósitos de un grupo sobre los intereses de los otros grupos.
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PREHISTORIA
