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Es posible que antes del desarrollo de las formas de vida neolítica los grupos humanos ya hubieran efectuado algún tipo de intercambio de materias propias de la naturaleza, a juzgar por el origen muy localizado de algunas de ellas y su gran demanda, como suscitan determinados tipos de sílex desde el Paleolítico.
No obstante, sería a partir de la difusión de las innovaciones neolíticas, cuyo fenómeno documenta en si mismo el contacto entre grupos humanos de territorios cercanos, pero de cuya dinámica se desprende en último extremo una coincidencia entre los habitantes de zonas muy distantes, cuando el panorama cambia radicalmente por la intervención del hombre en el proceso de producción de la naturaleza, al experimentar un fenómeno de sedentarización que, si por un lado, le lleva con la consecución de la agricultura y la ganadería al control de los frutos y especies de la zona, y, por tanto, a la obtención de excedentes, le impulsa, por otro, a la búsqueda de aquellas materias de las que carece en su radio de acción.
A este respecto, entre las primeras materias primas intercambiadas destaca la obsidiana de Anatolia, que, entre otras rocas exóticas aparece en pequeñas piezas en Jericó, en el transcurso del Neolítico Precerámico A (en torno a 8.500-7.600 a.C.), y con mayor abundancia en un número mayor de asentamientos del Levante mediterráneo durante el Precerámico B (7.600-6.000 a.C.), como prueba de la intensificación de los intercambios - cuya continuidad se advierte en los inicios del Neolítico pleno, también en Mesopotamia – y que debieron contribuir al desarrollo del área anatólica.
Quizás como fruto de estos contactos, los secretos de la elaboración de la cerámica, cuyos restos más antiguos en el VII milenio podrían atribuirse a Anatolia, se difundieron por el Próximo Oriente Asiático, convirtiéndose en uno de los principales objetos de intercambio en el Neolítico y en épocas posteriores, ya de la Historia.
Con el tiempo, en un período más avanzado del Neolítico, a las piedras exóticas, como la obsidiana, y a la cerámica se uniría el cobre, en principio batido y tratado en frío. Posteriormente, su fusión supondría el mayor auge de la demanda en los siguientes milenios, en pleno desarrollo consecutivo de la metalurgia del cobre y del bronce.
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