En el trayecto de vuelta a Madrid, Fernando VII recibió el apoyo entusiasta del pueblo. Dando un rodeo, recaló en Valencia, donde el absolutista general Elío le propuso recobrar el poder que las cortes habían limitado. Además recibió allí un escrito, el Manifiesto de los Persas (que acabó siendo firmado por 69 diputados, 34 de ellos eclesiásticos) en el que se reclamaba la restauración del absolutismo.
Estos acontecimientos, unidos a la situación internacional de solidaridad de las monarquías europeas frente a los intentos revolucionarios del liberalismo, hicieron que Fernando VII tomara la decisión de restaurar la monarquía tradicional.
El 4 de mayo, el rey dio un golpe de Estado que suprimió la constitución y destruyó toda la obra legislativa de las cortes de Cádiz. Rodeado de una camarilla absolutista, Fernando intentó poner en marcha una política contrarrevolucionaria.
Sin embargo, era difícil volver completamente al pasado. Financiar al Estado ya no era posible manteniendo todos los privilegios y exenciones de la Iglesia y de la aristocracia. El déficit económico se hizo insostenible y muy pronto surgieron protestas. ¿Qué hacer con los liberales? La tortura había sido abolida, y sólo se restableció en Valencia, de la mano de Elío. ¿Qué hacer con los jefes guerrilleros que habían combatido contra Napoleón? Muchos se integraron en sociedades secretas revolucionarias. |