En 1945-1946 el régimen franquista fue condenado por los vencedores en la II Guerra Mundial. Se denunció su carácter fascista, el apoyo que había recibido en sus orígenes de Italia y Alemania y su política favorable al Eje. La condena se formuló en la Conferencia de Potsdam y fue reiterada en la ONU, que pidió la retirada de embajadores. Francia, incluso, cerró la frontera durante dos años.
España quedó prácticamente aislada. Franco introdujo cambios epidérmicos en su régimen, tendentes a reducir los aspectos fascistas más visibles. Dio mayor protagonismo al sector católico (Ministerio de Exteriores para Martín Artajo) y promulgó el Fuero de los Españoles y un indulto para los presos políticos.
El cerco internacional probablemente reforzó el apoyo interior a Franco, que lo presentó como una conjura contra España. En el exterior, al principio, apenas contó con la ayuda de Argentina, bajo el gobierno de Perón, que envió un embajador y alimentos.
La política de autarquía de Franco se había planteado como una forma deseable de alcanzar la autosuficiencia, pero ahora se convirtió en una necesidad vital. La política económica había favorecido el sector industrial en detrimento de la agricultura. El Estado intervino el mercado y el racionamiento de productos de primera necesidad se extremó. Las cartillas durarían hasta principios de los años 50.
Paralelamente, proliferó un mercado negro -el “estraperlo”-, donde se podían conseguir productos a precios exorbitantes. Para muchos fue una forma de supervivencia. Para otros, el origen de fortunas considerables.
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