Es necesario diferenciar entre ciencia y técnica. La ciencia se desenvuelve en el campo teórico del conocimiento. La técnica atiende más a sus aplicaciones prácticas. Buena parte de los progresos científicos y sus aplicaciones técnicas que disfrutamos en la actualidad sólo son comprensibles a partir de la revolución científica de las primeras décadas del siglo XX.
Las más importantes han sido las nuevas teorías de la física, al ofrecer una visión diferente del Universo y un conocimiento cada vez más preciso de la composición y comportamiento de la materia (hasta las partículas subatómicas).
Destacaron físicos como Planck, Einstein o Bohr. La mecánica cuántica -iniciada por Planck- deshizo los esquemas de la física clásica (basada en Newton) al sustituir una realidad regida por leyes deterministas por otra basada más bien en probabilidades. La teoría de la relatividad de Albert Einstein demostró que el espacio, la materia y el tiempo, cada uno de ellos, sólo es aprehensible “en relación” con los demás. Contrarios en algunos aspectos, ambos sistemas teóricos coinciden en destacar la posición adoptada por el científico (y más allá de la ciencia, por el “espectador”).
Avances en la biología (como el descubrimiento de la penicilina por Fleming en 1928) han permitido la curación de enfermedades antes mortales. También en estos años prosiguió la investigación genética, y preparó el descubrimiento del ADN (ya en los años 50). Sigmund Freud revolucionó el mundo de psicología con sus estudios sobre el subconsciente (psicoanálisis) y Ramón y Cajal estudió las conexiones neuronales.
Todos estos avances científicos están en la base de la investigación sobre la energía atómica, la era espacial, la genética, y la informática. Y como todos los desarrollos de la ciencia tienen -según el uso que se haga de ellos- su cara positiva y su cara negativa. Por otra parte, han influido también en las radicales transformaciones del mundo artístico.
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