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Cobre |
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El tratamiento del cobre nativo batido en frío se remonta al final del VIII milenio y comienzos del VII a.C. en Anatolia suroriental, a tenor de los anzuelos, alfileres, cuentas y pequeñas láminas que han sido encontrados en el poblado neolítico de Çayönü, en cuyas proximidades se encuentra el yacimiento minero de Ergani Maden.
Sin duda, la cercanía de las minas favoreció su uso posterior en otras aldeas anatolias, es el caso de Çatal Hüyük y Hacilar en el VI milenio a.C., aunque desde muy pronto el cobre nativo de Anatolia fue objeto de deseo en Mesopotamia, donde, documentando el intercambio, aparece en estratos del VII y VI milenio en varias aldeas neolíticas, entre las que cabe mencionar Tell-es-Sawwam, Yarim Tepe, Tell Ramad y Ali Kosh.
Asimismo, el cobre fue también objeto de interés inicial en los territorios de Europa Suroriental. Las evidencias más antiguas de un tratamiento en frío proceden de Balomir en Rumanía, donde se ha hallado un punzón fechado en torno a 5.900-5.300, y de Sitagroi y Dikili Tash en Grecia, a finales del VI milenio, documentándose la explotación de las minas de Rudna Glava (Serbia) y Rudnik (Yugoslavia) en la primera mitad del V milenio, y el trabajo en las minas de Ai Bunar, al sur de Bulgaria, a finales del IV milenio.
La experiencia acumulada y los numerosos ensayos desembocarían finalmente en la fundición del metal y, aunque este avance tecnológico no supusiera como en algunas regiones del contexto próximo-oriental uno de los factores determinantes que propiciaron poco después la evolución hacia la civilización urbana, la demanda del cobre en Europa ascendió vertiginosamente, produciéndose en consecuencia el mayor auge de su intercambio.
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